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LEY GENERAL

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<strong>LEY</strong> <strong>GENERAL</strong> DE TRANSPARENCIA Y ACCESO A LA INFORMACIÓN PÚBLICA, COMENTADA<br />

NOTA PRELIMINAR<br />

Agradezco la invitación de mi colega y amigo, Jorge Islas, para aportar<br />

unas líneas —lo único que yo podría— a la obra colectiva que coordina y<br />

que lleva como título Ley General de Transparencia y Acceso a la Información<br />

Pública, Comentada, con el propósito de ofrecer a sus lectores el<br />

panorama de ciertos derechos del hombre y determinados deberes del<br />

Estado, contrapartida de aquéllos; derechos que hoy campean como nunca<br />

antes lo pudieron: a la transparencia en la conducta del gobernante,<br />

mandatario del pueblo, y a la rendición de cuentas, que permite cotejar el<br />

comportamiento con el mandato en el que se sustenta. Nada más, pero<br />

nada menos.<br />

Hemos dado un giro de muchos grados a la relación entre el ser humano<br />

y el poder, instituido para servir a aquél. Armado de luz, el pueblo despeja<br />

el laberinto del poder y lo pone a su servicio. Luz es transparencia.<br />

Luz es divulgación. Luz es rendición de cuentas. Exigencias, todas, de la<br />

nueva insumisión del pueblo. Ya no vasallos, sino asamblea de ciudadanos.<br />

Asamblea exigente y expectante. Si la soberanía reside en el pueblo,<br />

éste puede ejercerla —y ahora quiere, vaya que quiere— por todos los<br />

medios a su alcance.<br />

Con su nueva investidura, el pueblo llama a cuentas a sus mandatarios.<br />

Concede o niega su confianza. Confiere o retira autoridad. Las cosas<br />

cambiaron y así deben permanecer por todo el tiempo que venga. Hoy es<br />

—así lo decimos con esperanza; espero que no con ingenuidad— tiempo<br />

de luz, de transparencia, de rendición de cuentas. Con ellas se establece,<br />

en un perseverante esfuerzo cotidiano, el cimiento actual de la autoridad<br />

legítima. Los que antes ignoraban todo, hoy quieren saber todo, o por lo<br />

menos lo que les atañe —directa o indirectamente— para encauzar su<br />

vida y alcanzar su destino.<br />

En otras horas, el poderoso cifró su imperio en la violencia y en la ciencia;<br />

fue administrador de aquélla y dueño de ésta. Como señor de la ciencia,<br />

tuvo a la mano dos instrumentos formidables: las fórmulas de la ley, que<br />

solo entendieron los iniciados, y el supremo escudo del secreto, que mantuvo<br />

a salvo los motivos y las razones de su voluntad. Para el mando<br />

bastaba la palabra; no se necesitaba el argumento.<br />

Al cabo de la gran insurgencia del ser humano —la verdadera insurgencia:<br />

la de los derechos humanos— iniciamos la elaboración de un nue-<br />

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