Enigma (Los Van Vladoisqui)

126
con ella le prometí acompañarla otro día, su voz sonó más decaída
que antes y me preocupaba que estuviera sola.
Tom apareció de repente más sombrío que nunca. No aprendía a
manejar su humor aún.
- Vamos - con tono apagado mientras me indicaba el camino con su
mano.
Realizamos exactamente el mismo recorrido anterior para llegar a la
mansión en ruinas. Disipé en Tom que se hallaba distante, más de lo
normal, sus palabras eran crudas y cortas, su mirada era silenciosa. Su
comportamiento me hacía sentir insegura y me provocaba agudos
nervios.
Después llegamos a las ruinas, me hizo la misma advertencia pasada,
pero esta vez tomó un camino distinto. Terminamos parados frente a
una gigantesca puerta de madera gruesa con bordados en hierro.
Tom solo la miraba con rostro inexpresivo. Me concentré lo
suficiente en su rostro y noté algo increíble, sus mejillas estaban
rojas, totalmente sonrojadas, jamás le había visto así.
Lo que había planeado hacer allí lo pospuso.
- Aplacemos esto para después - apuntó-. No estoy listo... - lo
anterior pareció ser un pensamiento en voz alta que alcancé a
comprender aunque lo hubiese pronunciado entre dientes.
¿A qué se refería? Desde el día anterior Tom mostraba un
comportamiento diferente.
Me condujo al jardín, no mencionó una sola palabra en el camino, y
suspiró un par de veces o más bien era que su respiración se agitaba.
No lo sé.
Al llegar se detuvo frente a una de las tantas rosas rojas, se inclinó y
con sus impecables manos intentó arrancarla, falló la primera vez,
pero no se rindió, reiteró una vez más y en este segundo intento, lo
consiguió.
Extrañamente me provocó regodeo lo que logró, quizá un día...
pueda... ser tangible ante mi tacto, igual que con la rosa.
- He practicado - susurró.
Tomó uno de los pétalos para él y me ofreció la rosa.
- Es difícil ver una rosa así de viva en invierno. Gracias - tomándola
entre mis dedos.