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Enigma (Los Van Vladoisqui)

¿Qué existe más allá de la línea de la vida? Caroline lo sabe, aunque deseara con fervor desconocer el mundo tras la muerte. Se consume en su maldición mientras sus gritos ahogados se van con el viento. Nadie la auxilia, pero conocerá a Tom, y en él encontrará unos brazos cálidos que la resguardan. Pero pronto surgirá un nuevo ardor: pues nacerá en ella un sentimiento prohibido, imposible, que la hala al más allá, en donde yacen sus pesadillas. Esta historia se introduce en lo desconocido, se basa en un nudo de misterios y se desarrolla lo imposible.

¿Qué existe más allá de la línea de la vida? Caroline lo sabe, aunque deseara con fervor desconocer el mundo tras la muerte. Se consume en su maldición mientras sus gritos ahogados se van con el viento. Nadie la auxilia, pero conocerá a Tom, y en él encontrará unos brazos cálidos que la resguardan. Pero pronto surgirá un nuevo ardor: pues nacerá en ella un sentimiento prohibido, imposible, que la hala al más allá, en donde yacen sus pesadillas.
Esta historia se introduce en lo desconocido, se basa en un nudo de misterios y se desarrolla lo imposible.

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131<br />

Por eso esa familiaridad que me acogió cuando vi por primera vez a<br />

Tom y a la mansión, el camino por el bosque y muchas más<br />

circunstancias.<br />

Miré la carta que sostenía en mis manos y contemplé su nombre<br />

escrito con una caligrafía sutil y me quedé concentrada en ella.<br />

- Quiero dársela - se robó mi atención -. Por favor, léala cuando se<br />

encuentre en casa. Quiero confesarle algo que no me atrevo a decir<br />

mirándola a los ojos -<br />

Sus mejillas se ruborizaron, pero lo disimuló formando una<br />

expresión apagada, pero sin duda no se comparaba con lo ruborizada<br />

que debí estar en ese momento. Me había quedado muda, no sabía si<br />

quería saber más de ella. Me inundó una intrigante curiosidad de<br />

saber que decía la carta y porqué quería que la leyera. Una curiosidad<br />

que arremetía en ese instante.<br />

No hubo más palabras de por medio, y así lo sostuvimos hasta que<br />

pronto el día se escondía entre las montañas y las sombras se<br />

arrastraban por el suelo, viciaban cada árbol, tocando cada hoja;<br />

pronto la oscuridad se apropió del bosque. Oportunamente, me<br />

procuró el tiempo necesario para olvidar el bosque a mis espaldas<br />

cuando el sol lo poseyó. Luego, las calles, solo unas cuantas cuadras<br />

cortas hasta casa. Me escoltó hasta alcanzar el destino, esta vez no a<br />

mi lado ni adelante trazando la ruta, no, esta vez atrás, y la mudez<br />

confirió nuestras lenguas, y, ese silencio me arremetía.<br />

Todos cenaban cuando volví, no les importó que hubiese regresado<br />

tarde ni que no hubiese aparecido en todo el día; parecía que me<br />

ignoraran.<br />

Dejé atrás preámbulos y caminé directo a mi habitación; leer la carta<br />

que sostenía en mis manos se convertía en mi prioridad, ardía en<br />

curiosidad. Abrí el sobre y de puro impulso leí el primer renglón:<br />

querida Elizabeth, de una forma más reducida me molestó el<br />

nombre.<br />

Querida Elizabeth:<br />

Os ruego me disculpe por el acto de cobardía que os demuestro, perdóneme por no<br />

tener el valor requerido para decirle... cuan maravillosos son mis días desde que<br />

tuve la dicha de verla, de conocerla, y cuan extraordinario es la forma en la que

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