Enigma (Los Van Vladoisqui)

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Al llegar, era una cúspide. Lo más destacado de aquel lugar era una
vista excepcionalmente hermosa, de incomparable descripción. El
panorama mostraba a todo Vancouver cubierto con la nieve, a los
extensos bosques de coníferas que encerraban la ciudad, pinos
Douglas, gigantescas secuoyas, abetos y robles embellecían las
montañas. La brisa allí me empujaba débilmente; se escuchaba el
silbido del aire soplando, la nieve cubriendo el suelo de roca, parecía
resbaloso y peligroso, me obligaba a mantener distancia del borde
que daba al vacío.
- No puedo creerlo... que increíble... es hermoso - absorta.
- Me complace que le agrade -
Me era imperdonable no sonreírle. Le cubrí unos instantes con mi
mirada, la suya también estaba dirigida hacia mí, fue incómodo
sostener mis ojos encaminados hacia él, así que dejé que el paisaje se
robara mis ojos nuevamente.
Quise dar unos pasos hacia adelante para intentar ver la altura en la
que estaba, mirando el vacío, pero Tom se opuso, atravesó su mano
delante de mí impidiéndome continuar.
- Tenga cuidado, el suelo puede ser dudoso y traicionero. Podría
resbalar - advirtió.
Él, en los absoluto, deseaba hacerme daño, pero... ¿por qué?
Miré en mi entorno y noté que las personas estaban lejos, éramos los
únicos en ese lugar. La montaña por la que se deslizarían los
competidores estaba situada del otro extremo, cautivando el interés
de las personas.
El tiempo que pasé en compañía de Tom fue casi silencioso, solo
nos dedicamos a admirar la solemne vista, aunque fui yo quien
observó el paisaje. Sentía esa sensación que llega a mí cuando alguien
me observa, sin importar cuán pálida estuviera mi rostro se ruborizó
cada vez que Tom a mis espaldas concentraba su vista en mí, y así
me olvidé del tiempo, de las preguntas, de todo.
- ¿En qué piensa? - Preguntó de repente.
- En lo bonito que es todo -
- ¿La hace feliz? -
- Eso creo -
Miré de reojo mi reloj y me sorprendió lo rápido que pasó el tiempo.