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Enigma (Los Van Vladoisqui)

¿Qué existe más allá de la línea de la vida? Caroline lo sabe, aunque deseara con fervor desconocer el mundo tras la muerte. Se consume en su maldición mientras sus gritos ahogados se van con el viento. Nadie la auxilia, pero conocerá a Tom, y en él encontrará unos brazos cálidos que la resguardan. Pero pronto surgirá un nuevo ardor: pues nacerá en ella un sentimiento prohibido, imposible, que la hala al más allá, en donde yacen sus pesadillas. Esta historia se introduce en lo desconocido, se basa en un nudo de misterios y se desarrolla lo imposible.

¿Qué existe más allá de la línea de la vida? Caroline lo sabe, aunque deseara con fervor desconocer el mundo tras la muerte. Se consume en su maldición mientras sus gritos ahogados se van con el viento. Nadie la auxilia, pero conocerá a Tom, y en él encontrará unos brazos cálidos que la resguardan. Pero pronto surgirá un nuevo ardor: pues nacerá en ella un sentimiento prohibido, imposible, que la hala al más allá, en donde yacen sus pesadillas.
Esta historia se introduce en lo desconocido, se basa en un nudo de misterios y se desarrolla lo imposible.

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50<br />

- Tío... eh... ¿sabes? Thomas tiene razón, siempre me dan esas<br />

hemorragias y... no tiene caso que le de importancia, se me pasará.<br />

Me gustaría acompañarlos -<br />

Sonrió complacido, que bien por él, que tortura para mí.<br />

- Estupendo -<br />

Recuerdo a una amiga, llegó de pronto, de golpe a mi memoria<br />

mientras el tío Bruce describía una anécdota de... no lo sé, solo sé<br />

que relataba algo; pues mi concentración se despidió de la realidad.<br />

Recordaba el cumpleaños de mi amiga, había colores, bombas, niños<br />

y un pastel de cumpleaños. Creo que aquel día estaba feliz, creo que<br />

reía. Uno... dos... tres... cuatro... ella me tomó de la mano y corrió<br />

conmigo tras ella; siete... ocho... nueve... la voz se hacía más lejana.<br />

Me haló con ella hasta un cobertizo, estaba mal cuidado y en su<br />

interior, estaba colmado de trastes. Diez... once... la voz era casi<br />

imperceptible y pronto vendría en nuestra búsqueda. Me ubiqué tras<br />

un tras unas cajas apiladas en una esquina contra la pared de madera,<br />

sentada con mis rodillas al nivel del pecho. Habían espacios entre las<br />

tablas, a través de ellas podía avistar el exterior, el césped, la casa. Me<br />

quedé allí, en total afonía, aguardando. Pasaron varios minutos, todo<br />

era erial hasta que vi una figura humana pasar del otro lado de la<br />

pared. Quise ver a través de los espacios entre tabla y tabla, pero no<br />

vislumbraba a nadie, no estaba el niño, el que debía estar<br />

buscándonos; entonces ¿qué había visto? Empecé a sentir al miedo<br />

nadar en mi sangre y alcanzó cada extremidad de mi cuerpo. Era<br />

muy niña, el miedo era más cruel conmigo. Después hubo razón para<br />

que se destara el pavor; unos dedos se colaron por los espacios de la<br />

pared. Tenía unas uñas largas y su mano era cadavérica, se<br />

desplazaba cerca de mi rostro. Muchas lágrimas brotaron de mis<br />

ojos, resbalaban por mis mejillas, por mi cuello y mi mandíbula<br />

vibraba haciendo castañear mis dientes. No podía moverme, no me<br />

atrevía, pero por el rabillo del ojo, nada más descubierto por los<br />

espacios que permitían las tablas. Unos ojos pérfidos, un aliento<br />

roñoso, un espectro del otro lado de la pared, saboreando mi pavor.<br />

Esa mano se lazó contra mi cuello, sentí el ardor de mi piel cuando<br />

sus uñas rasgaban mi carne. Así que grité, con el ardor de mi fuero<br />

emigrando por mi boca.

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