Enigma (Los Van Vladoisqui)

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Primavera tosca y decepcionante que en su esplendor lucia opaca y
sofocada, aunque despertó brillante y llena de flores.
Vi que la niebla se detenía en las rejas, no pasaba de ahí. Llegué a las
rejas oxidadas, pero estaban cerradas con una cadena de gran grosor,
miré mi reloj de mano que indicaba las seis de la tarde; hacía ya
media hora lo habían cerrado. Pedí ayuda, pero no había nadie cerca
así que opté por escalar las rejas, pero un grito de dolor no me lo
permitió. No necesitaba detenerme a pensar de quien se trataba, ni
demorarme en reconocerlo, me bastó con escucharlo para darme
vuelta y correr de regreso a acudirlo. Sus gritos me partían el alma,
me cortaban y me herían por dentro como cuchillos, estaba muy
lejos de él pero corrí tan rápido como nunca antes, la niebla espesa
ya superaba mi altura y la visibilidad era inútil, era guiada por sus
gritos, lo que hizo que me dejara perder por el exaspero y los
nervios.
Vi por primera vez a aquel al que llaman la Muerte, vi por primera
vez al protagonista de mis pesadillas, quien da óbito cuando tiene
sed. Es irreversible, irrecuperable cuando lee un nombre en su lista.
La niebla lo visualizada como una mancha negra y opaca a lo lejos,
por un momento dudé de acercarme, su asqueroso aroma dominaba
en soplo del aire, y una corriente maligna y nefasta en todo sus
ángulos con la que no me había topado antes en otra presencia, se
ponía en forma de guardia para impedirme el paso. Sentí su sed de
alma, de miedo, todo en él indicaba peligro, la peor de la
circunstancias. Perverso, ruin y vil era su aura que lo acoplaba, en ese
momento no estaba pensando.
Espectros negros consumidos en inmundicia sometían a Tom, yacía
de rodillas, lo inmovilizaban y con sus garras succionaban de su
pecho una esencia brillante que abandonaba su alma. Ahora de cerca
sus gritos violentos ponían al descubierto la magnitud de su
sufrimiento.
Fijé mis ojos en el hombre de la túnica negra que me miraba, por la
niebla, la oscuridad y el capuz que cubría sus ojos que solo ponía a la
vista sus labios, estos eran secos y pálidos blancuzcos como el color
de su piel. No podía ver sus ojos, pero el rigor que regía su mirada