Enigma (Los Van Vladoisqui)

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recordé soltar el vaso hasta que su poco contenido se derramó en el
escritorio y el vaso rodó hasta golpear el suelo, caí sobre mi cama, la
agonía era despiadada, dolorosa, mi cuerpo sudaba y mi respiración
estaba muy exaltada, y poco a poco se fue apagando. Esa realidad era
tan cruda que para aliviar el dolor, la cura era olvidar. Toda mi vida
se hizo borrosa y al olvidar no podía empezar a limpiar mi alma.
Esperé durante años a que mi nombre fuera llamado para alcanzar la
eternidad. El paraíso. Temí terminar en el infierno, pues no sabía
nada sobre mí. Si no perdono y me deshago de ese rencor no podré
obtener mi boleto nunca -
Cuando pronunció el infierno me temblaron las piernas y respondí al
miedo grabado en el recuerdo, el ardor que origina las eternas llamas
castigadoras de los condenados. Tom estaba lejos de esa posibilidad,
era imposible que tan dulce alma fuera destinado a ese aborrecido
lugar, eso nunca pasaría.
El infierno permanecerá con frenesí de almas, y siempre habrá
alguien dispuesto a pertenecerle, las personas ignoran la procedencia
de la maldad, como decía la abuela: esta es una vida, al morir será
una eternidad. Temor merecido se le debe dedicar a las llamas,
aunque los humanos conocen remotamente por la Biblia que el
infierno resguarda los más torturantes sufrimientos, aun así, es muy
diferente escuchar a experimentar.
- Estoy segura de que su júbilo no es mejor a lo que fue en vida. Sé
que no ayuda mucho, pero fue él quien se mató a sí mismo - con
tono sedativo.
- Estaré bien, siempre y cuando esté contigo - manifestó.
El día se ponía en su fin, el perfume de las flores se preparaba para
reposar en la noche serena avecinándose en el cielo, los cantos
silvestres del bosque se escondían bajo la quietud, y la helada brisa se
apoderaba del tiempo descuidado por el sol.