Enigma (Los Van Vladoisqui)

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El retorno
Despertar cada vez se hacía más difícil, volver a la vida después de
soñar en un mundo en el que aún conservo mi todo.
La primavera se fue guardando, se llevó con ella las flores, los
colores y el verde de los árboles. Para el veintidós de junio ya no
había rastro de lo que comenzó como una primavera maravillosa y
finalizar en el precipicio en el que la luz no toca.
El dolor se derretía en mi sangre y navegaba entre mis venas. Mis
gritos se perdían en el viento, me había vuelto esclava del dolor
encendido en el vacío de mi pecho.
De pronto el tono gris que despertaba conmigo cada mañana se
había hecho más oscuro, tal vez negro.
Me vi asistiendo a una escuela fría y neutral. Las aulas bulliciosas de
pronto dejaron de retumbar en mi oído; todo lo que un día me rodeó
se hizo invisible. Me aísle de las personas; a veces incluso de Jimmy.
El silencio había enmudecido mis labios.
En clase de historia religiosa dictada por aquel sombrío profesor de
ojeras prolongadas por las cuencas de sus ojos con mirada
penetrante, me rompió el subconsciente ido y perdido para prestar
atención a las palabras que pronunciaba con tono velado, la historia
en la que se adentró.
En el Génesis 6:3. Yavé dijo: “No contenderá mi espíritu con el
hombre para siempre, porque ciertamente él es carne; más serán sus
días ciento veinte años”. Se creía las personas en un principio vivían
hasta mil años o cerca, pero después del diluvio se acortó la vida para
los mortales. En el caso de Matusalén que se supone alcanzó los
novecientos sesenta y nueve años de edad…
¡Cielos! No se quería morir bromeó Frank y de inmediato
surgieron risas.
No estoy de humor para sus bromas, señor Meller fulminándolo
con la mirada.
¿Y hubo más que vivieran tanto o solo él? Preguntó Zack.
No sé. Tal vez solo fue un error en la traducción de los escritos
antiguos. Aunque la verdadera obsesión que han tenido los seres