Enigma (Los Van Vladoisqui)

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- ¿Qué paso aquella noche? - Pregunté con interés y tono suave.
- Prefiero no hablar de ello. Aún me perturba. - Con tono sutil.
- Por favor, Tom. Es tan importante para ti como lo es para mí -
rogué.
- Sí, pero no tiene que importar ahora -
- Realmente me importa. Quiero saberlo, por favor - exhorté.
- De acuerdo. - Accedió. Se tomó unos segundos y prosiguió - Aquel
día en la tarde, me había encontrado con una cruda versión de mi
padre; escuché que discutía con un hombre que le exigía una suma
de dinero exagerada, ese sujeto al parecer había ejecutado un
homicidio que mi padre le había ordenado. Me costó suponer o
imaginar de que se tratase de mi familia, es más, jamás contemplé esa
posibilidad, todo lo que comprendí fue que mi padre era culpable de
una muerte desconocida para mí en aquel entonces. El odio y
repugnancia que comencé a sentir por él fue inmediato. Me negué a
considerar la idea de perdonarlo algún día - recordó.
- ¿Le reclamaste? ¿O… preferiste callar? - Pregunté con tono
paciente
- De ninguna manera hubiera ignorado eso. Le reclamé, en su
expresión formada ante la pregunta descubrí en su rostro lo que
necesitaba saber, pero él se reservó una repuesta y me dijo que había
imaginado esa conversación. Por supuesto que no creí ninguna de
sus palabras - su cabeza parecía empezar a vagar en dudosos
recuerdos-. Me alejé de él hasta la noche. Mi nana, Marie, entró a
recordarme que no debía pasar la noche en vela debido a un juego de
polo en el que participaría. Ella fue muy dulce, reanimó mi alma para
que le escribiera a Elizabeth. Se debió a ella la existencia de esa carta.
Ella podía saber todo sobre mí sin tan siquiera preguntarme, decía
que conocía todas mis reacciones y que mis sentimientos por
Elizabeth, eran demasiados notorios, que lo veía en mis ojos cuando
solo escuchaba pronunciar su nombre y… -
Sus declaraciones hacían que de nuevo me posesionaran los celos.
- ¿Cómo ingeriste el veneno? - Lo interrumpí.
No quería que continuara hablando de Elizabeth, ya que su nombre
me hacía sacudir los huesos en irritación. Tom entendió mi fallado
disimulo ante la intención y agregó a su serio relato una sonrisa de