Enigma (Los Van Vladoisqui)

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luz cegadora que se formaba en el umbral de la cocina, no lo noté
sino hasta que su luz cobró tal intensidad que de momento cegó mi
vista. Esto impidió que atestiguase parte de lo ocurrido, escasamente
"vi" que lo colocó en frente de la luz y esta lo arrastró en su interior,
como un agujero negro, creo... no conseguía distinguir a perfección
las sombras, fue más como una deducción mía, que saqué de los
gritos ensordecedores y del sufrimiento que producía el espectro.
Mis ojos no recuperaron la vista sino hasta el momento en que
aquella luz en segundos fue perdiendo su intensidad, todo hasta
desvanecerse.
Desconcertada miré a aquella presencia, hombre, me lo indicó
brevemente la forma de su cuerpo mientras que mis ojos se
adaptaban otra vez a la oscuridad. Por unos cortos segundos
permaneció inmóvil, hasta que emprendió marcha, rodeó la mesa
ubicada en el centro, venía hacia mí. Cuando fui capaz de ver esto,
todo en mí se hizo inútil, se petrificó hasta el curso de mi
respiración. Creo que intentaba no existir, para que no se percatara
de mi estancia en la escena. En algún momento hubo un espacio en
mi cabeza, un lugar precario a la mitad del abarcado juicio para
tomar una decisión y ponerla a la ejecuta, y ese precario lugar
consistía en sermones referentes a la estúpida idea de estar allí de pie.
Entonces sus ojos estaban presentes, pero no veían, iban al frente.
La distancia se hacía próxima, y sus rasgos sobresalían entre la
oscuridad de la noche y el brillo de la luna; ahora mis ojos podían
verle. No era mayor de veinte años ni menor de diecisiete; su cabello
era ondulado y de color castaño claro, abundante; peinaba de lado,
algo formal, pero desordenado en la parte parental de su cabeza.
Hubo una característica suya que me insinuó su época, se trataba de
unas patillas largas, que se asomaban en sus mejillas; comienzos de
mil novecientos tal vez. Había otro rasgo que robó mi atención, y era
que en su frente se formaba una eme desde que iniciaba su cuero
cabelludo; un tanto fascínate. Tenía una forma craneal delicada que
lo forraba una piel sutilmente blanca; tenía una nariz recta y pequeña,
sus ojos brotaban un azul intenso, brillaban como el cielo, ojos
bonitos que resaltaban bajo sus cejas perfectamente delineadas, pero
exponía una mirada fría y dolida, esto los opacaba; sus labios eran un