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La fortuna de los Rougon - Emile Zola

Historia natural y social de una familia bajo el Segundo Imperio. Y el primer episodio, La fortuna de los Rougon, debe llamarse con su título científico: Los orígenes. ÉMILE ZOLA

Historia natural y social de una familia bajo el Segundo Imperio. Y el primer episodio, La fortuna de los Rougon, debe llamarse con su título científico: Los orígenes.
ÉMILE ZOLA

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—¡A fe mía, prefiero esto! —dijo Sicardot al darse cuenta <strong>de</strong> la fuga <strong>de</strong> <strong>los</strong><br />

otros adherentes—. Esos cobar<strong>de</strong>s acababan exasperándome. Hace más<br />

<strong>de</strong> dos años que hablan <strong>de</strong> fusilar a todos <strong>los</strong> republicanos <strong>de</strong> la comarca,<br />

y hoy ni siquiera les tirarían a las narices un petardo <strong>de</strong> cuatro cuartos.<br />

—Cogió su sombrero y se dirigió hacia la puerta—. Vamos —continuó—,<br />

el tiempo apremia… Venga, <strong>Rougon</strong>.<br />

Felicité parecía esperar ese momento. Se lanzó entre la puerta y su<br />

marido, quien, por lo <strong>de</strong>más, no se apresuraba mucho para seguir al<br />

terrible Sicardot.<br />

—No quiero que salgas —gritó, fingiendo una repentina <strong>de</strong>sesperación—.<br />

Nunca permitiré que me abandones. Esos bribones te matarán.<br />

El comandante se <strong>de</strong>tuvo, extrañado.<br />

—¡Diantre! —gruñó—, si las mujeres se ponen a lloriquear, ahora… Venga<br />

<strong>de</strong> una vez, <strong>Rougon</strong>.<br />

—No, no —prosiguió la anciana, aparentando un terror creciente—, no le<br />

seguirá; antes me colgaré <strong>de</strong> su ropa.<br />

El marqués, muy sorprendido con esta escena, miraba curiosamente a<br />

Félicité. ¿Era la misma mujer que, hacía un rato, charlaba tan<br />

alegremente? ¿Qué comedia estaba representando? Sin embargo, Pierre,<br />

<strong>de</strong>s<strong>de</strong> que su mujer lo retenía, ponía cara <strong>de</strong> querer salir a toda costa.<br />

—Te digo que no saldrás —repetía la anciana, que se aferraba a uno <strong>de</strong><br />

sus brazos. Y volviéndose al comandante—: ¿Cómo pue<strong>de</strong> pensar en<br />

resistir? Son tres mil, y no reunirá usted cien hombres valientes. Va usted<br />

a conseguir que lo <strong>de</strong>güellen inútilmente.<br />

—¡Eh!, es nuestro <strong>de</strong>ber —dijo Sicardot impaciente.<br />

Felicité, prorrumpió en sollozos.<br />

—Si no me lo matan, lo harán prisionero —prosiguió, mirando fijamente a<br />

su marido—. ¡Dios mío! ¿Qué será <strong>de</strong> mí, sola, en una ciudad<br />

abandonada?<br />

—Pero ¿cree usted —exclamó el comandante— que van a <strong>de</strong>jar <strong>de</strong><br />

<strong>de</strong>tenernos, si permitimos a <strong>los</strong> insurgentes entrar tranquilamente aquí? Le<br />

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