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La fortuna de los Rougon - Emile Zola

Historia natural y social de una familia bajo el Segundo Imperio. Y el primer episodio, La fortuna de los Rougon, debe llamarse con su título científico: Los orígenes. ÉMILE ZOLA

Historia natural y social de una familia bajo el Segundo Imperio. Y el primer episodio, La fortuna de los Rougon, debe llamarse con su título científico: Los orígenes.
ÉMILE ZOLA

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eemplazara inmediatamente por su enamorada. Y él mismo entraba en<br />

escena. Si leía una historia novelesca, romántica, se casaba con Miette en<br />

el <strong>de</strong>senlace o moría con ella. Si leía, por el contrario, algún panfleto<br />

político, alguna grave disertación sobre economía social, libros que<br />

prefería a las novelas, por ese singular amor que <strong>los</strong> semisabios sienten<br />

por las lecturas difíciles, encontraba también un medio para interesarla en<br />

las cosas mortalmente aburridas que a menudo ni siquiera lograba<br />

enten<strong>de</strong>r; creía apren<strong>de</strong>r la forma <strong>de</strong> ser bueno y amante con ella, cuando<br />

estuvieran casados. <strong>La</strong> mezclaba así en sus ensoñaciones más hueras.<br />

Protegido por ese puro cariño contra las in<strong>de</strong>cencias <strong>de</strong> ciertos cuentos <strong>de</strong>l<br />

siglo XVIII que cayeron en sus manos, se complacía sobre todo en<br />

encerrarse con ella en las utopías humanitarias que gran<strong>de</strong>s mentes,<br />

enloquecidas por la quimera <strong>de</strong> la felicidad universal, han soñado en<br />

nuestros días. Miette, en su ánimo, resultaba necesaria para la abolición<br />

<strong>de</strong>l pauperismo y para el triunfo <strong>de</strong>finitivo <strong>de</strong> la revolución. Noches <strong>de</strong><br />

lecturas febriles, durante las cuales su espíritu en tensión no podía<br />

apartarse <strong>de</strong>l volumen que <strong>de</strong>jaba y cogía veinte veces; noches llenas, en<br />

suma, <strong>de</strong> un voluptuoso nerviosismo <strong>de</strong>l cual disfrutaba hasta que se hacía<br />

<strong>de</strong> día, como <strong>de</strong> una embriaguez prohibida, con el cuerpo oprimido por las<br />

pare<strong>de</strong>s <strong>de</strong>l estrecho gabinete, la vista turbada por el resplandor amarillo y<br />

turbio <strong>de</strong> la lámpara, entregándose a placer a la quemazón <strong>de</strong>l insomnio y<br />

edificando proyectos <strong>de</strong> una nueva sociedad, <strong>de</strong> una generosidad absurda,<br />

en la cual la mujer, siempre con <strong>los</strong> rasgos <strong>de</strong> Miette, era adorada por las<br />

naciones <strong>de</strong> hinojos. Se hallaba predispuesto a amar la utopía por ciertas<br />

influencias hereditarias; en él, <strong>los</strong> trastornos nerviosos <strong>de</strong> su abuela<br />

tendían al entusiasmo crónico, a impulsos hacia todo cuanto fuera<br />

grandioso e imposible. Su infancia solitaria, su instrucción a medias,<br />

habían <strong>de</strong>sarrollado singularmente las ten<strong>de</strong>ncias <strong>de</strong> su naturaleza. Pero<br />

no estaba aún en esa edad en que la i<strong>de</strong>a fija remacha su clavo en el<br />

cerebro <strong>de</strong> un hombre. Por la mañana, en cuanto se había refrescado la<br />

cabeza en un cubo <strong>de</strong> agua, sólo se acordaba confusamente <strong>de</strong> <strong>los</strong><br />

fantasmas <strong>de</strong> su vigilia, conservaba sólo <strong>de</strong> sus sueños un salvajismo<br />

lleno <strong>de</strong> fe ingenua y <strong>de</strong> inefable ternura. Volvía a ser un niño. Corría al<br />

pozo, con la única necesidad <strong>de</strong> encontrar la sonrisa <strong>de</strong> su enamorada, <strong>de</strong><br />

disfrutar <strong>de</strong> las alegrías <strong>de</strong> la radiante mañana. Y durante el día, si la i<strong>de</strong>a<br />

<strong>de</strong>l futuro lo ponía pensativo, también a menudo, cediendo a súbitas<br />

efusiones, besaba en las dos mejillas a tía Di<strong>de</strong>, quien lo miraba entonces<br />

a <strong>los</strong> ojos, como presa <strong>de</strong> inquietud, al ver<strong>los</strong> tan claros y tan profundos<br />

con una alegría que ella creía reconocer.<br />

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