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La fortuna de los Rougon - Emile Zola

Historia natural y social de una familia bajo el Segundo Imperio. Y el primer episodio, La fortuna de los Rougon, debe llamarse con su título científico: Los orígenes. ÉMILE ZOLA

Historia natural y social de una familia bajo el Segundo Imperio. Y el primer episodio, La fortuna de los Rougon, debe llamarse con su título científico: Los orígenes.
ÉMILE ZOLA

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susurraron vanamente en sus oídos. Y sólo se llevaron <strong>de</strong>l viejo<br />

cementerio una tierna melancolía, el vago presentimiento <strong>de</strong> una vida<br />

corta; una voz les <strong>de</strong>cía que se irían, con sus ternezas vírgenes, antes <strong>de</strong><br />

las bodas, el día en que quisieran entregarse el uno al otro. Sin duda fue<br />

allí, sobre la lápida sepulcral, en medio <strong>de</strong> las osamentas ocultas por las<br />

hierbas feraces, don<strong>de</strong> respiraron su amor a la muerte, ese áspero <strong>de</strong>seo<br />

<strong>de</strong> acostarse juntos en la tierra que <strong>los</strong> hacía balbucir al bor<strong>de</strong> <strong>de</strong>l camino<br />

<strong>de</strong> Orchéres, esa noche <strong>de</strong> diciembre, mientras las dos campanas se<br />

remitían sus llamadas quejumbrosas.<br />

Miette dormía apacible, la cabeza sobre el pecho <strong>de</strong> Silvère, mientras éste<br />

soñaba en las citas lejanas, en <strong>los</strong> hermosos años <strong>de</strong> continuo encanto. Al<br />

alba la niña se <strong>de</strong>spertó. Ante el<strong>los</strong>, el valle se extendía muy claro bajo el<br />

cielo blanco. El sol estaba aún <strong>de</strong>trás <strong>de</strong> <strong>los</strong> collados. Una claridad <strong>de</strong><br />

cristal, límpida y helada como agua <strong>de</strong> manantial, fluía <strong>de</strong> <strong>los</strong> horizontes<br />

pálidos. A lo lejos, el Viorne, como una cinta <strong>de</strong> satén blanco, se perdía<br />

entre tierras rojas y amarillas. Era un panorama sin límites, mares grises<br />

<strong>de</strong> olivos, viñedos semejantes a gran<strong>de</strong>s piezas <strong>de</strong> tela rayada, toda una<br />

comarca agrandada por la niti<strong>de</strong>z <strong>de</strong>l aire y la paz <strong>de</strong>l frío. El viento que<br />

soplaba con cortas brisas había helado el rostro <strong>de</strong> <strong>los</strong> niños. Se<br />

levantaron vivamente, remozados, felices <strong>de</strong> la blancura <strong>de</strong> la mañana. Y<br />

como la noche se había llevado sus asustadas tristezas, miraban con ojos<br />

fascinados el círculo inmenso <strong>de</strong> la llanura, escuchaban <strong>los</strong> tañidos <strong>de</strong> las<br />

dos campanas, que les parecían sonar alegremente en el alba <strong>de</strong> un día<br />

<strong>de</strong> fiesta.<br />

—¡Ah, qué bien he dormido! —exclamó Miette—. He soñado que me<br />

besabas… ¿Dime, me has besado?<br />

—Es muy posible —respondió Silvère riendo—. No tenía calor. Hace un<br />

frío <strong>de</strong> perros.<br />

—Yo sólo tengo frío en <strong>los</strong> pies.<br />

—¡Pues bien, corramos!… Aún nos quedan dos leguas largas. Te<br />

calentarás.<br />

Y bajaron por la la<strong>de</strong>ra, alcanzaron el camino corriendo. Después, cuando<br />

estuvieron abajo, levantaron la cabeza, como para <strong>de</strong>cir adiós a aquella<br />

roca en la cual habían llorado, quemándose <strong>los</strong> labios con un beso. Pero<br />

no volvieron a hablar <strong>de</strong> aquella caricia ardiente que había puesto en su<br />

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