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La fortuna de los Rougon - Emile Zola

Historia natural y social de una familia bajo el Segundo Imperio. Y el primer episodio, La fortuna de los Rougon, debe llamarse con su título científico: Los orígenes. ÉMILE ZOLA

Historia natural y social de una familia bajo el Segundo Imperio. Y el primer episodio, La fortuna de los Rougon, debe llamarse con su título científico: Los orígenes.
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uscándoles pelea por nada, aunque todavía con el pudor <strong>de</strong> no confesar<br />

la causa <strong>de</strong> su irritación. A la paga siguiente, se ponía al acecho y<br />

<strong>de</strong>saparecía días enteros, en cuanto lograba escamotear las ganancias <strong>de</strong><br />

<strong>los</strong> chiquil<strong>los</strong>.<br />

Gervaise, apaleada, criada en la calle con <strong>los</strong> chicos <strong>de</strong> la vecindad, se<br />

quedó embarazada a la edad <strong>de</strong> catorce años. El padre <strong>de</strong>l niño no tenía<br />

dieciocho años. Era un obrero curtidor, llamado <strong>La</strong>ntier. Macquart se<br />

enfureció. Después, cuando supo que la madre <strong>de</strong> <strong>La</strong>ntier, que era una<br />

buena persona, accedía a quedarse con el niño, se calmó. Pero conservó<br />

a Gervaise, ésta ganaba ya un franco con veinticinco céntimos, y evitó<br />

hablar <strong>de</strong> boda. Cuatro años <strong>de</strong>spués tuvo un segundo hijo, que la madre<br />

<strong>de</strong> <strong>La</strong>ntier volvió a reclamar. Macquart, esta vez, cerró rotundamente <strong>los</strong><br />

ojos. Y cuando Fine le <strong>de</strong>cía tímidamente que convendría hacer una<br />

gestión con el curtidor para arreglar una situación que daba que hablar,<br />

<strong>de</strong>claraba resueltamente que su hija no lo <strong>de</strong>jaría, y que la entregaría a su<br />

seductor más a<strong>de</strong>lante, «cuando fuera digno <strong>de</strong> ella, y tuviera con qué<br />

comprar <strong>los</strong> muebles».<br />

Esa época fue el mejor momento <strong>de</strong> Antoine Macquart. Se vistió como un<br />

burgués, con levitas y pantalones <strong>de</strong> paño fino. Cuidadosamente afeitado,<br />

casi gordo, ya no era el pillastre macilento y andrajoso que recorría las<br />

tabernas. Frecuentó <strong>los</strong> cafés, leyó <strong>los</strong> periódicos, paseó por el paseo<br />

Sauvaire. Jugaba al caballero mientras tenía dinero en el bolsillo. Los días<br />

<strong>de</strong> miseria se quedaba en casa, exasperado por verse retenido en su<br />

cuchitril y no po<strong>de</strong>r ir a tomar su taza <strong>de</strong> café; esos días acusaba a todo el<br />

género humano <strong>de</strong> su pobreza, se ponía enfermo <strong>de</strong> cólera y <strong>de</strong> envidia,<br />

hasta el punto <strong>de</strong> que Fine, apiadada, le daba a menudo la última moneda<br />

<strong>de</strong> cobre <strong>de</strong> la casa, para que pudiera pasar la velada en el café. Aquel<br />

buen hombre era <strong>de</strong> un egoísmo feroz. Gervaise aportaba hasta sesenta<br />

francos al mes a la casa, y vestía <strong>de</strong>lgados trajes <strong>de</strong> indiana, mientras que<br />

él se encargaba chalecos <strong>de</strong> raso negro en uno <strong>de</strong> <strong>los</strong> buenos sastres <strong>de</strong><br />

Plassans. Jean, un mocetón que ganaba <strong>de</strong> tres a cuatro francos diarios,<br />

era <strong>de</strong>svalijado acaso con mayor impu<strong>de</strong>ncia. El café don<strong>de</strong> su padre<br />

permanecía días enteros se encontraba justamente en frente <strong>de</strong>l taller <strong>de</strong><br />

su patrón, y, mientras él manejaba el cepillo o la sierra, podía ver, <strong>de</strong>l otro<br />

lado <strong>de</strong> la plaza, al «señor» Macquart azucarando su café o jugando a <strong>los</strong><br />

cientos con algún pequeño rentista. Era su dinero el que el viejo holgazán<br />

jugaba. Él no iba nunca al café, no tenía <strong>los</strong> veinticinco céntimos<br />

necesarios para tomarse un carajillo. Antoine lo trataba como a una<br />

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