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La fortuna de los Rougon - Emile Zola

Historia natural y social de una familia bajo el Segundo Imperio. Y el primer episodio, La fortuna de los Rougon, debe llamarse con su título científico: Los orígenes. ÉMILE ZOLA

Historia natural y social de una familia bajo el Segundo Imperio. Y el primer episodio, La fortuna de los Rougon, debe llamarse con su título científico: Los orígenes.
ÉMILE ZOLA

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Félicité no se había acostado. <strong>La</strong> encontró endomingada, con su gorro <strong>de</strong><br />

cintas limón, como una mujer que espera visita. En vano había<br />

permanecido en la ventana, no había oído nada; se moría <strong>de</strong> curiosidad.<br />

—¿Y qué? —preguntó, precipitándose al encuentro <strong>de</strong> su marido.<br />

Éste, resoplando, entró en el salón amarillo, a don<strong>de</strong> ella lo siguió,<br />

cerrando cuidadosamente las puertas a sus espaldas. Se <strong>de</strong>splomó en un<br />

sillón, y dijo con voz ahogada:<br />

—Hecho, seremos recaudador particular.<br />

Ella le saltó al cuello, lo besó.<br />

—¿De veras? ¿De veras? —grito—. Pues yo no oí nada. ¡Oh, maridito,<br />

cuéntame, cuéntamelo todo!<br />

Volvía a sus quince años, se ponía zalamera, revoloteaba con sus vue<strong>los</strong><br />

bruscos <strong>de</strong> cigarra ebria <strong>de</strong> luz y <strong>de</strong> calor. Y Pierre, en la efusión <strong>de</strong> su<br />

victoria, vació su corazón. No omitió <strong>de</strong>talle. Explicó incluso sus proyectos<br />

futuros, olvidando que, según él, las mujeres no valían para nada, y que la<br />

suya <strong>de</strong>bía ignorarlo todo, si quería seguir siendo el amo. Félicité,<br />

inclinada, se bebía sus palabras. Le obligó a volver a contar ciertas partes<br />

<strong>de</strong>l relato, diciendo que no lo había entendido; en efecto, la alegría armaba<br />

tal jaleo en su cabeza que, a veces, se quedaba como sorda, con la mente<br />

perdida en pleno disfrute. Cuando Pierre contó el asunto <strong>de</strong> la alcaldía le<br />

entró la risa. Cambió tres veces <strong>de</strong> sillón, arrastrando <strong>los</strong> muebles, sin<br />

po<strong>de</strong>r estarse quieta. Tras cuarenta años <strong>de</strong> esfuerzos continuos, por fin la<br />

<strong>fortuna</strong> se <strong>de</strong>jaba aferrar por el cuello. Se volvía loca, hasta el punto <strong>de</strong><br />

olvidar toda pru<strong>de</strong>ncia.<br />

—¡Eh! ¡Todo eso me lo <strong>de</strong>bes a mí! —exclamó con una exp<strong>los</strong>ión <strong>de</strong><br />

triunfo—. Si te hubiera <strong>de</strong>jado actuar, te habrían pillado <strong>los</strong> insurrectos<br />

como a un idiota: memo, era a Garçonnet, a Sicardot y a <strong>los</strong> otros a<br />

quienes había que arrojar a esas bestias feroces. —Y mostrando sus<br />

dientes bailoteantes <strong>de</strong> vieja, agregó con una risa <strong>de</strong> chiquilla—: ¡Eh! ¡Viva<br />

la República! ¡Ha <strong>de</strong>spejado el patio!<br />

Pero Pierre se había puesto <strong>de</strong> mal humor.<br />

—Tú, tú —murmuró—, siempre crees haberlo previsto todo. Soy yo quien<br />

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