La fortuna de los Rougon - Emile Zola
Historia natural y social de una familia bajo el Segundo Imperio. Y el primer episodio, La fortuna de los Rougon, debe llamarse con su título científico: Los orígenes. ÉMILE ZOLA
Historia natural y social de una familia bajo el Segundo Imperio. Y el primer episodio, La fortuna de los Rougon, debe llamarse con su título científico: Los orígenes.
ÉMILE ZOLA
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ladrones, asesinos».<br />
No todos <strong>los</strong> contertulios <strong>de</strong>l salón amarillo tenían, en verdad, la torpeza<br />
<strong>de</strong> aquel ganso cebado. Un rico propietario, el señor Roudier, <strong>de</strong> rostro<br />
regor<strong>de</strong>te e insinuante, disertaba horas enteras, con la pasión <strong>de</strong> un<br />
orleanista <strong>de</strong>fraudado en sus cálcu<strong>los</strong> por la caída <strong>de</strong> Luis Felipe. Era un<br />
fabricante <strong>de</strong> géneros <strong>de</strong> punto <strong>de</strong> París retirado en Plassans, ex<br />
proveedor <strong>de</strong> la corte, que había hecho <strong>de</strong> su hijo un magistrado y que<br />
contaba con <strong>los</strong> Orleáns para empujar al mozo a las más altas dignida<strong>de</strong>s.<br />
Como la revolución acabó con sus esperanzas, se había lanzado a la<br />
acción a cuerpo <strong>de</strong>scubierto. Su <strong>fortuna</strong>, sus antiguas relaciones<br />
comerciales con las Tullerías, que según él eran relaciones <strong>de</strong> buena<br />
amistad, el prestigio que adquiere en provincias todo aquel que ha ganado<br />
dinero en París y se digna ir a comérselo en lo hondo <strong>de</strong> una provincia, le<br />
daban una gran influencia en la comarca; cierta gente lo escuchaba como<br />
a un oráculo.<br />
Pero el carácter más fuerte <strong>de</strong>l salón amarillo era con toda seguridad el<br />
comandante Sicardot, el suegro <strong>de</strong> Aristi<strong>de</strong>. De talla hercúlea, con una<br />
cara <strong>de</strong> un rojo ladrillo, llena <strong>de</strong> cicatrices y con mechones <strong>de</strong> pelo gris, se<br />
contaba entre <strong>los</strong> más gloriosos zopencos <strong>de</strong>l ejército napoleónico. En las<br />
jornadas <strong>de</strong> febrero, la mera guerra <strong>de</strong> las calles lo había exasperado; se<br />
mostraba inagotable sobre el tema, diciendo con cólera que era<br />
vergonzoso luchar así; y recordaba con orgullo el gran reinado <strong>de</strong><br />
Napoleón.<br />
Se veía también, en casa <strong>de</strong> <strong>los</strong> <strong>Rougon</strong>, a un personaje <strong>de</strong> manos<br />
húmedas, <strong>de</strong> mirada equívoca, el señor Vuillet, un librero que proveía <strong>de</strong><br />
santas imágenes y <strong>de</strong> rosarios a todas las beatas <strong>de</strong> la ciudad. Vuillet<br />
vendía libros clásicos y religiosos; era católico practicante, lo cual le<br />
aseguraba la clientela <strong>de</strong> numerosos conventos y parroquias. Con una<br />
inspiración genial, había unido a su comercio la publicación <strong>de</strong> un<br />
periodiquillo bisemanal, <strong>La</strong> Gaceta <strong>de</strong> Plassans, don<strong>de</strong> se ocupaba<br />
exclusivamente <strong>de</strong> <strong>los</strong> intereses <strong>de</strong>l clero. El periódico le comía cada año<br />
un millar <strong>de</strong> francos, pero hacía <strong>de</strong> él el paladín <strong>de</strong> la Iglesia y le ayudaba<br />
a dar salida a la mercancía invendible <strong>de</strong> su sagrada tienda. Este hombre<br />
iletrado, cuya ortografía era dudosa, redactaba en persona <strong>los</strong> artícu<strong>los</strong> <strong>de</strong><br />
<strong>La</strong> Gaceta con una humildad y una bilis que sustituían al talento. Por eso<br />
al marqués, al ponerse en campaña, le llamó la atención el partido que<br />
podría sacar <strong>de</strong> esa figura insulsa <strong>de</strong> sacristán, <strong>de</strong> esa pluma grosera e<br />
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