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La fortuna de los Rougon - Emile Zola

Historia natural y social de una familia bajo el Segundo Imperio. Y el primer episodio, La fortuna de los Rougon, debe llamarse con su título científico: Los orígenes. ÉMILE ZOLA

Historia natural y social de una familia bajo el Segundo Imperio. Y el primer episodio, La fortuna de los Rougon, debe llamarse con su título científico: Los orígenes.
ÉMILE ZOLA

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tierna dulzura! ¡Cómo <strong>los</strong> pálidos rayos se <strong>de</strong>slizaban lentamente a lo largo<br />

<strong>de</strong> <strong>los</strong> ma<strong>de</strong>ros! Y, en ese silencio, la gitana <strong>de</strong> cabel<strong>los</strong> crespos cantaba<br />

en voz baja en una lengua <strong>de</strong>sconocida. Después, Silvère se acordó <strong>de</strong><br />

que <strong>de</strong> aquel lejano domingo <strong>de</strong> hacía ocho días. Hacía ocho días que<br />

había ido a <strong>de</strong>cirle adiós a Miette. ¡Qué lejos estaba eso! Le parecía que<br />

no había puesto <strong>los</strong> pies en el aserra<strong>de</strong>ro hacía años. Pero cuando entró<br />

en la estrecha vereda, su corazón <strong>de</strong>sfalleció. Reconocía el olor <strong>de</strong> las<br />

hierbas, las sombras <strong>de</strong> <strong>los</strong> tablones, <strong>los</strong> boquetes <strong>de</strong>l muro. Una voz<br />

<strong>de</strong>sconsolada se oyó por encima <strong>de</strong> todas esas cosas. <strong>La</strong> vereda se<br />

alargaba, triste, vacía; le pareció más larga; notó que soplaba un viento<br />

frío. Aquel rincón había envejecido cruelmente. Vio la tapia roída <strong>de</strong><br />

musgo, la alfombra <strong>de</strong> hierba quemada por la helada, las pilas <strong>de</strong> tablas<br />

podridas por el agua. Era una <strong>de</strong>solación. El crepúsculo amarillo caía<br />

como un fino fango sobre las ruinas <strong>de</strong> sus más caros afectos. Tuvo que<br />

cerrar <strong>los</strong> ojos, y volvió a ver la vereda ver<strong>de</strong>, se <strong>de</strong>splegaron las<br />

estaciones felices. El tiempo era tibio, él corría por el aire cálido, con<br />

Miette. Después las lluvias <strong>de</strong> diciembre caían, rudas, sin fin; seguían<br />

yendo allí, se escondían en el fondo <strong>de</strong> las tablas, escuchaban encantados<br />

<strong>los</strong> gran<strong>de</strong>s chorros <strong>de</strong>l aguacero. Fue, en un relámpago, toda su vida,<br />

toda su alegría la que pasó. Miette saltaba su tapia, corría hacia él,<br />

sacudida por risas sonoras. Estaba allí, veía su blancura en las sombras,<br />

con su casco vivo, su cabellera <strong>de</strong> tinta. Hablaba <strong>de</strong> <strong>los</strong> nidos <strong>de</strong> urracas,<br />

que son tan difíciles <strong>de</strong> coger, y lo arrastraba. Entonces oyó a lo lejos <strong>los</strong><br />

murmul<strong>los</strong> dulcificados <strong>de</strong>l Viorne, el canto <strong>de</strong> las cigarras rezagadas, el<br />

viento que soplaba en <strong>los</strong> álamos <strong>de</strong> <strong>los</strong> prados <strong>de</strong> Santa Clara. ¡Cuánto<br />

habían corrido, con todo! Se acordaba muy bien. Ella había aprendido a<br />

nadar en quince días. Era una buena chica. No tenía más que un grave<br />

<strong>de</strong>fecto: robaba fruta. Pero él la hubiera corregido. El pensamiento <strong>de</strong> sus<br />

primeras caricias lo <strong>de</strong>volvió a la estrecha vereda. Siempre habían vuelto a<br />

aquel agujero. Creyó captar el canto lánguido <strong>de</strong> la gitana, el chasquido <strong>de</strong><br />

<strong>los</strong> últimos postigos, la hora grave que caía <strong>de</strong> <strong>los</strong> relojes. Luego sonaba el<br />

momento <strong>de</strong> la <strong>de</strong>spedida, Miette subía por su tapia. Le enviaba besos. Y<br />

él ya no la veía. Una emoción terrible le apretó la garganta: no la vería<br />

nunca más, nunca.<br />

—A tu gusto —rió burlón el tuerto—; vamos, escoge tu lugar.<br />

Silvère dio unos cuantos pasos más. Se acercaba al fondo <strong>de</strong> la vereda,<br />

no veía sino una franja <strong>de</strong> cielo don<strong>de</strong> moría el día color <strong>de</strong> herrumbre.<br />

Allá, durante dos años, había cabido su vida. <strong>La</strong> lenta proximidad <strong>de</strong> la<br />

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