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La fortuna de los Rougon - Emile Zola

Historia natural y social de una familia bajo el Segundo Imperio. Y el primer episodio, La fortuna de los Rougon, debe llamarse con su título científico: Los orígenes. ÉMILE ZOLA

Historia natural y social de una familia bajo el Segundo Imperio. Y el primer episodio, La fortuna de los Rougon, debe llamarse con su título científico: Los orígenes.
ÉMILE ZOLA

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estafeta que había conseguido penetrar en la ciudad, y que estaba<br />

encargada <strong>de</strong> conseguir que abriesen las puertas a la columna. Hubo una<br />

exp<strong>los</strong>ión <strong>de</strong> triunfo. Macquart, sobre todo, pareció <strong>de</strong>lirante <strong>de</strong><br />

entusiasmo. <strong>La</strong> imprevista llegada <strong>de</strong> <strong>los</strong> insurgentes le pareció una<br />

<strong>de</strong>licada atención <strong>de</strong> la provi<strong>de</strong>ncia con él. Y sus manos temblaban ante la<br />

i<strong>de</strong>a <strong>de</strong> que pronto tendría a <strong>los</strong> <strong>Rougon</strong> cogidos por el cuello.<br />

Mientras tanto, Antoine y sus amigos salieron a toda prisa <strong>de</strong>l café. Todos<br />

<strong>los</strong> republicanos que aún no habían abandonado la ciudad se encontraron<br />

pronto reunidos en el paseo Sauvaire. Era ese el grupo que <strong>Rougon</strong> había<br />

visto al correr a escon<strong>de</strong>rse en casa <strong>de</strong> su madre. Cuando el grupo hubo<br />

llegado a la altura <strong>de</strong> la calle <strong>de</strong> la Banne, Macquart, que se había puesto<br />

a la cola, <strong>de</strong>jó rezagados a cuatro <strong>de</strong> sus compañeros, buenos mozos <strong>de</strong><br />

escaso cerebro a quienes dominaba con sus charlatanerías <strong>de</strong> café. Los<br />

convenció fácilmente <strong>de</strong> que había que <strong>de</strong>tener <strong>de</strong> inmediato a <strong>los</strong><br />

enemigos <strong>de</strong> la República si se querían evitar peores <strong>de</strong>sgracias. <strong>La</strong><br />

verdad era que temía que Pierre se le escapase, en medio <strong>de</strong> la<br />

perturbación que iba a causar la entrada <strong>de</strong> <strong>los</strong> insurgentes. Los cuatro<br />

mocetones lo siguieron con ejemplar docilidad y fueron a llamar<br />

violentamente a la puerta <strong>de</strong> <strong>los</strong> <strong>Rougon</strong>. En esta crítica circunstancia<br />

Felicité mostró un valor admirable. Bajó a abrir la puerta <strong>de</strong> la calle.<br />

—Queremos subir a tu casa —le dijo brutalmente Macquart.<br />

—Está bien, señores, suban —respondió ella con una cortesía irónica,<br />

fingiendo no reconocer a su cuñado. Arriba, Macquart le or<strong>de</strong>nó que fuese<br />

a buscar a su marido—. Mi marido no está aquí —dijo cada vez más<br />

tranquila—, está en viaje <strong>de</strong> negocios; cogió la diligencia <strong>de</strong> Marsella, esta<br />

tar<strong>de</strong> a las seis.<br />

Antoine, ante esta <strong>de</strong>claración hecha con voz nítida, tuvo un gesto <strong>de</strong><br />

rabia. Entró violentamente en el salón, pasó al dormitorio, revolvió la cama,<br />

miró <strong>de</strong>trás <strong>de</strong> las cortinas y <strong>de</strong>bajo <strong>de</strong> <strong>los</strong> muebles. Los cuatro mocetones<br />

le ayudaban. Durante un cuarto <strong>de</strong> hora, registraron el piso. Felicité se<br />

había sentado apaciblemente en el sofá <strong>de</strong>l salón y se ocupaba <strong>de</strong> atarse<br />

<strong>los</strong> cordones <strong>de</strong> sus faldas, como una persona que acaba <strong>de</strong> ser<br />

sorprendida en el sueño y que no ha tenido tiempo <strong>de</strong> vestirse<br />

<strong>de</strong>corosamente.<br />

—¡Pues es cierto, se ha escapado ese cobar<strong>de</strong>! —farfulló Macquart al<br />

volver al salón.<br />

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