La fortuna de los Rougon - Emile Zola
Historia natural y social de una familia bajo el Segundo Imperio. Y el primer episodio, La fortuna de los Rougon, debe llamarse con su título científico: Los orígenes. ÉMILE ZOLA
Historia natural y social de una familia bajo el Segundo Imperio. Y el primer episodio, La fortuna de los Rougon, debe llamarse con su título científico: Los orígenes.
ÉMILE ZOLA
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para <strong>de</strong>cir que no resistiría mucho tiempo la menor fatiga. En el momento<br />
en que su sobrino iba a retirarse, le pidió prestados diez francos. Vivió un<br />
mes, llevando uno por uno a un pren<strong>de</strong>ro las prendas viejas <strong>de</strong> sus hijos,<br />
vendiendo igualmente poco a poco todos <strong>los</strong> objetos menudos <strong>de</strong> la casa.<br />
Pronto no tuvo sino una mesa, una silla, su cama y la ropa que llevaba.<br />
Acabó incluso por sustituir la cama <strong>de</strong> nogal por un simple catre <strong>de</strong> tijera.<br />
Cuando agotó todos <strong>los</strong> recursos, llorando <strong>de</strong> rabia, con la pali<strong>de</strong>z salvaje<br />
<strong>de</strong> un hombre que se resigna al suicidio, fue a buscar el paquete <strong>de</strong><br />
mimbre olvidado en un rincón <strong>de</strong>s<strong>de</strong> hacía un cuarto <strong>de</strong> siglo. Al cogerlo, le<br />
pareció levantar una montaña. Y se puso <strong>de</strong> nuevo a trenzar cestas y<br />
canastas, acusando al género humano <strong>de</strong> su abandono. Fue entonces,<br />
sobre todo, cuando habló <strong>de</strong>l reparto <strong>de</strong> <strong>los</strong> ricos. Se mostró terrible.<br />
Inflamaba con sus discursos el cafetín, don<strong>de</strong> sus miradas furibundas le<br />
aseguraban un crédito ilimitado. A<strong>de</strong>más, sólo trabajaba cuando no había<br />
podido arrancarle una moneda <strong>de</strong> cinco francos a Silvère o a un<br />
compañero. Ya no fue el «señor» Macquart, ese obrero afeitado y<br />
endomingado todos <strong>los</strong> días, que jugaba al burgués; volvió a ser el pobre<br />
diablo sucio que había especulado en tiempos con sus andrajos. Ahora<br />
que aparecía en casi todos <strong>los</strong> mercados para ven<strong>de</strong>r sus cestas, Félicité<br />
ya no se atrevía a ir a la compra. Él le hizo una vez una escena atroz. Su<br />
odio a <strong>los</strong> <strong>Rougon</strong> crecía con su miseria. Juraba, profiriendo espantosas<br />
amenazas, que se tomaría la justicia por su mano, ya que <strong>los</strong> ricos se<br />
ponían <strong>de</strong> acuerdo para obligarlo a trabajar.<br />
En esta disposición <strong>de</strong> ánimo, acogió el golpe <strong>de</strong> Estado con la alegría<br />
entusiasta y ruidosa <strong>de</strong> un perro que olfatea el encarne. Los pocos<br />
liberales honorables <strong>de</strong> la ciudad no habían podido enten<strong>de</strong>rse y se<br />
mantenían al margen, por lo que se encontró, naturalmente, como uno <strong>de</strong><br />
<strong>los</strong> agentes <strong>de</strong> primer plano <strong>de</strong> la insurrección. Los obreros, pese a la<br />
opinión <strong>de</strong>plorable que habían acabado por hacerse <strong>de</strong> aquel perezoso,<br />
tenían que tomarlo en esa ocasión como ban<strong>de</strong>ra <strong>de</strong> enganche. Pero <strong>los</strong><br />
primeros días, como la ciudad seguía pacífica, Macquart creyó<br />
<strong>de</strong>sbaratados sus planes. Sólo ante la noticia <strong>de</strong> la sublevación <strong>de</strong>l campo<br />
volvió a concebir esperanzas. Por nada <strong>de</strong>l mundo habría salido <strong>de</strong><br />
Plassans; así que inventó un pretexto para no seguir a <strong>los</strong> obreros, que se<br />
fueron el domingo por la mañana a reunirse con la tropa insurrecta <strong>de</strong> <strong>La</strong><br />
Palud y <strong>de</strong> Saint-Martin-<strong>de</strong>-Vaulx. <strong>La</strong> tar<strong>de</strong> <strong>de</strong> ese mismo día estaba con<br />
algunos fieles en un cafetín <strong>de</strong> mala muerte <strong>de</strong>l barrio viejo, cuando un<br />
camarada acudió a avisar<strong>los</strong> <strong>de</strong> que <strong>los</strong> insurgentes se encontraban a<br />
unos kilómetros <strong>de</strong> Plassans. Esta noticia acababa <strong>de</strong> ser traída por una<br />
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