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La fortuna de los Rougon - Emile Zola

Historia natural y social de una familia bajo el Segundo Imperio. Y el primer episodio, La fortuna de los Rougon, debe llamarse con su título científico: Los orígenes. ÉMILE ZOLA

Historia natural y social de una familia bajo el Segundo Imperio. Y el primer episodio, La fortuna de los Rougon, debe llamarse con su título científico: Los orígenes.
ÉMILE ZOLA

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ocasiones trazaron el proyecto <strong>de</strong> ir un día a buscar nidos <strong>de</strong> pájaros a<br />

orillas <strong>de</strong>l Viorne.<br />

—¡Ya verás cómo subo a <strong>los</strong> árboles! —<strong>de</strong>cía Miette orgul<strong>los</strong>amente—.<br />

Cuando estaba en Chavanoz, llegaba hasta lo alto <strong>de</strong> <strong>los</strong> nogales <strong>de</strong>l tío<br />

André. ¿Nunca has cogido urracas? ¡Es lo más difícil!<br />

Y se entablaba una discusión sobre la forma <strong>de</strong> trepar por <strong>los</strong> álamos.<br />

Miette daba su opinión francamente, como un muchacho.<br />

Pero Silvère, cogiéndola por las rodillas, la había bajado al suelo, y<br />

caminaban uno al lado <strong>de</strong>l otro, con <strong>los</strong> brazos por la cintura. Mientras<br />

discutían sobre la manera en que se <strong>de</strong>ben poner <strong>los</strong> pies y las manos en<br />

el nacimiento <strong>de</strong> las ramas, se apretaban aún más, sentían bajo sus<br />

abrazos calores <strong>de</strong>sconocidos que <strong>los</strong> quemaban con extraño gozo. Nunca<br />

el pozo les había procurado tales placeres. Seguían siendo niños, tenían<br />

juegos y conversaciones <strong>de</strong> chiquil<strong>los</strong>, y saboreaban goces <strong>de</strong><br />

enamorados, aunque sin saber hablar <strong>de</strong> amor, sólo con cogerse <strong>de</strong> la<br />

punta <strong>de</strong> <strong>los</strong> <strong>de</strong>dos. Buscaban la tibieza <strong>de</strong> sus manos, asaltados por una<br />

instintiva necesidad, ignorando a dón<strong>de</strong> iban sus sentidos y su corazón. En<br />

esa hora <strong>de</strong> feliz ingenuidad, se ocultaban incluso la singular emoción que<br />

se daban mutuamente al menor contacto. Sonrientes, extrañados a veces<br />

<strong>de</strong> la dulzura que fluían por el<strong>los</strong>, en cuanto se tocaban, se abandonaban<br />

secretamente a la suavidad <strong>de</strong> sus nuevas sensaciones, mientras seguían<br />

conversando, como dos escolares, <strong>de</strong> <strong>los</strong> nidos <strong>de</strong> urraca que son tan<br />

difíciles <strong>de</strong> alcanzar.<br />

Y caminaban, en el silencio <strong>de</strong>l sen<strong>de</strong>ro, entre las pilas <strong>de</strong> tablas y la tapia<br />

<strong>de</strong>l Jas-Meiffren. Jamás sobrepasaban el extremo <strong>de</strong> aquel estrecho<br />

callejón sin salida, volviendo sobre sus pasos a cada vez. Estaban en su<br />

casa. A menudo, Miette, feliz <strong>de</strong> sentirse tan bien escondida, se <strong>de</strong>tenía y<br />

se felicitaba por su <strong>de</strong>scubrimiento:<br />

—¡Sí que tuve buena mano! —<strong>de</strong>cía encantada—. ¡Aunque anduviéramos<br />

una legua, no encontraríamos un escondite mejor!<br />

<strong>La</strong> hierba espesa ahogaba el ruido <strong>de</strong> sus pasos. Estaban anegados en<br />

una ola <strong>de</strong> tinieblas, mecidos entre dos oscuras orillas, sin ver más que<br />

una franja <strong>de</strong> un azul intenso, sembrada <strong>de</strong> estrellas, por encima <strong>de</strong> sus<br />

cabezas. Y en la vaguedad <strong>de</strong>l suelo que hollaban, en ese parecido <strong>de</strong> la<br />

vereda a un arroyo <strong>de</strong> sombras fluyendo bajo el cielo negro y oro,<br />

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