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La fortuna de los Rougon - Emile Zola

Historia natural y social de una familia bajo el Segundo Imperio. Y el primer episodio, La fortuna de los Rougon, debe llamarse con su título científico: Los orígenes. ÉMILE ZOLA

Historia natural y social de una familia bajo el Segundo Imperio. Y el primer episodio, La fortuna de los Rougon, debe llamarse con su título científico: Los orígenes.
ÉMILE ZOLA

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vivieron <strong>de</strong> limosnas. Los habitantes <strong>de</strong> Chavanoz, todos cazadores,<br />

acudieron en ayuda <strong>de</strong> las pobres criaturas que el presidiario <strong>de</strong>jaba a sus<br />

espaldas. Sin embargo, el viejo murió <strong>de</strong> pena. Miette, al quedarse sola,<br />

habría mendigado por <strong>los</strong> caminos <strong>de</strong> no haberse acordado las vecinas <strong>de</strong><br />

que tenía una tía en Plassans. Un alma caritativa accedió a llevarla a casa<br />

<strong>de</strong> la tía, que la acogió bastante mal.<br />

Eulalie Chantegreil, casada con el aparcero Rébufat, era una gran diablesa<br />

negra y voluntariosa que mandaba en la casa. Manejaba a su antojo a su<br />

marido, se <strong>de</strong>cía en el arrabal. <strong>La</strong> verdad era que Rébufat, avaro, duro en<br />

el trabajo y las ganancias, sentía una especie <strong>de</strong> respeto por aquella gran<br />

diablesa, <strong>de</strong> un vigor poco común, <strong>de</strong> una sobriedad y una economía raras.<br />

Gracias a ella, el matrimonio prosperaba. El aparcero refunfuñó la tar<strong>de</strong> en<br />

que, al regresar <strong>de</strong>l trabajo, encontró a Miette instalada. Pero su mujer le<br />

cerró la boca, diciéndole con su voz ruda:<br />

—¡Bah!, la pequeña es <strong>de</strong> buena constitución; nos servirá <strong>de</strong> criada; la<br />

mantendremos y nos ahorraremos un jornal.<br />

Este cálculo agradó a Rébufat. Llegó incluso a palpar <strong>los</strong> brazos <strong>de</strong> la<br />

niña, a quien <strong>de</strong>claró con satisfacción muy fuerte para su edad. Miette<br />

tenía entonces nueve años. A partir <strong>de</strong>l día siguiente, la utilizó. El trabajo<br />

<strong>de</strong> las campesinas, en el sur, es mucho más suave que en el norte.<br />

Raramente se ve allá a las mujeres ocupadas en labrar la tierra, en llevar<br />

fardos, en hacer faenas masculinas. Ellas atan las gavillas, recogen<br />

aceitunas y hojas <strong>de</strong> morera; su ocupación más penosa consiste en<br />

arrancar las malas hierbas. Miette trabajó alegremente. <strong>La</strong> vida al aire libre<br />

era su gozo y su salud. Mientras vivió su tía, sólo conoció risas. <strong>La</strong> buena<br />

mujer, a pesar <strong>de</strong> sus brusqueda<strong>de</strong>s, la quería como a una hija; le prohibía<br />

hacer <strong>los</strong> pesados trabajos con que su marido intentaba a veces cargarla,<br />

y le gritaba a este último:<br />

—¡Ah! ¡Pues sí que eres hábil! ¿No compren<strong>de</strong>s, imbécil, que si la cansas<br />

<strong>de</strong>masiado hoy, no podrá hacer nada mañana?<br />

Este argumento era <strong>de</strong>cisivo. Rébufat agachaba la cabeza y llevaba él<br />

mismo el fardo que quería echar sobre <strong>los</strong> hombros <strong>de</strong> la joven. Miette<br />

hubiera vivido perfectamente feliz, bajo la protección secreta <strong>de</strong> su tía<br />

Eulalie, sin las pullas <strong>de</strong> su primo, <strong>de</strong> dieciséis años entonces, que<br />

ocupaba sus ocios en <strong>de</strong>testarla y en perseguirla sordamente. <strong>La</strong>s mejores<br />

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