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La fortuna de los Rougon - Emile Zola

Historia natural y social de una familia bajo el Segundo Imperio. Y el primer episodio, La fortuna de los Rougon, debe llamarse con su título científico: Los orígenes. ÉMILE ZOLA

Historia natural y social de una familia bajo el Segundo Imperio. Y el primer episodio, La fortuna de los Rougon, debe llamarse con su título científico: Los orígenes.
ÉMILE ZOLA

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creyéndolo ganado para la causa republicana, el joven <strong>de</strong>mostró viva<br />

alegría. Le habló <strong>de</strong> <strong>los</strong> <strong>de</strong>rechos <strong>de</strong>l pueblo, <strong>de</strong> su santa causa, <strong>de</strong> su<br />

triunfo seguro, con énfasis juvenil. Pascal lo escuchaba sonriente;<br />

examinaba con curiosidad sus gestos, <strong>los</strong> juegos ardientes <strong>de</strong> su<br />

fisonomía, como si estuviera estudiando un sujeto, disecado con<br />

entusiasmo, para ver lo que había en el fondo <strong>de</strong> aquella fiebre generosa.<br />

—¡Cómo te pones! ¡Cómo te pones! ¡Ah, eres nieto <strong>de</strong> tu abuela! —Y<br />

añadió, en voz baja, con el tono <strong>de</strong> un químico que toma notas—: Histeria<br />

o entusiasmo, locura vergonzosa o locura sublime. ¡Siempre esos nervios<br />

<strong>de</strong>l <strong>de</strong>monio! —Después concluyó en alto, resumiendo su pensamiento—:<br />

<strong>La</strong> familia está completa —prosiguió—. Tendrá un héroe.<br />

Silvère no lo había oído. Seguía hablando <strong>de</strong> su querida República. A unos<br />

pasos, Miette se había <strong>de</strong>tenido, vestida siempre con su gran pelliza roja;<br />

ya no se separaba <strong>de</strong> Silvère, habían recorrido la ciudad cogiditos <strong>de</strong>l<br />

brazo. Aquella chicarrona roja acabó por intrigar a Pascal; interrumpió<br />

bruscamente a su primo y le preguntó:<br />

—¿Quién es esa niña que está contigo?<br />

—Es mi mujer —respondió gravemente Silvère.<br />

El doctor abrió mucho <strong>los</strong> ojos. No comprendió. Y como era muy tímido<br />

con las mujeres, dirigió a Miette, al alejarse, un amplio sombrerazo.<br />

<strong>La</strong> noche fue inquieta. Un viento <strong>de</strong> <strong>de</strong>sdicha pasó sobre <strong>los</strong> insurgentes.<br />

El entusiasmo, la confianza <strong>de</strong> la víspera se vieron como arrastrados por<br />

las tinieblas. Por la mañana, <strong>los</strong> rostros estaban sombríos; había<br />

intercambios <strong>de</strong> miradas tristes, largos silencios <strong>de</strong> <strong>de</strong>saliento. Corrían<br />

rumores pavorosos; las malas noticias, que <strong>los</strong> jefes habían conseguido<br />

ocultar <strong>de</strong>s<strong>de</strong> la víspera, se habían difundido sin que nadie hubiera<br />

hablado, apuntadas por esa boca invisible que lanza <strong>de</strong> un soplo el pánico<br />

entre las multitu<strong>de</strong>s. Unas voces <strong>de</strong>cían que París estaba vencido, que la<br />

provincia había tendido <strong>los</strong> pies y <strong>los</strong> puños; y esas voces añadían que<br />

numerosas tropas salidas <strong>de</strong> Marsella, a las ór<strong>de</strong>nes <strong>de</strong>l coronel Masson y<br />

<strong>de</strong>l señor <strong>de</strong> Blériot, el prefecto <strong>de</strong>l <strong>de</strong>partamento, avanzaban a marchas<br />

forzadas para <strong>de</strong>struir a las bandas insurrectas. Se produjo un<br />

<strong>de</strong>rrumbamiento, un <strong>de</strong>spertar lleno <strong>de</strong> cólera y <strong>de</strong>sesperación. Esos<br />

hombres, que la víspera ardían <strong>de</strong> fiebre patriótica, se sintieron escalofríos<br />

con el gran frío <strong>de</strong> la Francia sometida, vergonzosamente arrodillada.<br />

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