La fortuna de los Rougon - Emile Zola
Historia natural y social de una familia bajo el Segundo Imperio. Y el primer episodio, La fortuna de los Rougon, debe llamarse con su título científico: Los orígenes. ÉMILE ZOLA
Historia natural y social de una familia bajo el Segundo Imperio. Y el primer episodio, La fortuna de los Rougon, debe llamarse con su título científico: Los orígenes.
ÉMILE ZOLA
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había colocado su pequeña <strong>fortuna</strong> a fondo perdido. Se puso enferma. Se<br />
iba agriando poco a poco, se volvía más seca, más estri<strong>de</strong>nte. Al verla dar<br />
vueltas <strong>de</strong> la mañana a la noche, alre<strong>de</strong>dor <strong>de</strong> las tinajas <strong>de</strong> aceite, se<br />
hubiera dicho que creía activar la venta con esos vue<strong>los</strong> continuos <strong>de</strong><br />
mosca inquieta. Su marido, en cambio, se hacía más pesado; la mala pata<br />
lo engordaba, lo volvía más grueso y blando. Aquel<strong>los</strong> treinta años <strong>de</strong><br />
lucha no <strong>los</strong> llevaron, sin embargo, a la ruina. A cada inventario anual, iban<br />
saliendo a<strong>de</strong>lante; si experimentaban pérdidas durante una temporada, se<br />
recuperaban en la temporada siguiente. Esta vida al día era lo que<br />
exasperaba a Felicité. Habría preferido una quiebra como Dios manda.<br />
Quizá hubieran podido entonces recomenzar su vida, en lugar <strong>de</strong><br />
emperrarse en lo infinitamente pequeño, <strong>de</strong> quemarse la sangre para no<br />
ganar más que lo estrictamente necesario. En un tercio <strong>de</strong> siglo, no<br />
consiguieron ahorrar ni cincuenta mil francos.<br />
Hay que <strong>de</strong>cir que, <strong>de</strong>s<strong>de</strong> <strong>los</strong> primeros años <strong>de</strong> su matrimonio, creció una<br />
familia numerosa que a la larga se convirtió en una pesada carga. Felicité,<br />
como algunas mujeres bajitas, tuvo una fecundidad que jamás nadie<br />
habría supuesto, al ver la estructura enclenque <strong>de</strong> su cuerpo. En cinco<br />
años, <strong>de</strong> 1811 a 1815, tuvo tres hijos, uno cada dos años. Durante <strong>los</strong><br />
cuatro años siguientes, parió aún dos hijas. Nada hace crecer mejor a <strong>los</strong><br />
niños que la vida plácida y embrutecedora <strong>de</strong> la provincia. Los esposos<br />
acogieron bastante mal a las dos últimas; las niñas, cuando falta la dote,<br />
se convierten en un terrible estorbo. <strong>Rougon</strong> <strong>de</strong>claró a quien quiso oírlo<br />
que ya estaba bien, y que el diablo sería muy listo si le enviaba un sexto<br />
hijo. Felicité, efectivamente, se quedó ahí. No se sabe en qué cifra se<br />
habría <strong>de</strong>tenido.<br />
Por lo <strong>de</strong>más, la joven no miró a aquella prole como una causa <strong>de</strong> ruina. Al<br />
contrario, reconstruyó sobre la cabeza <strong>de</strong> sus hijos el edificio <strong>de</strong> su<br />
<strong>fortuna</strong>, que se <strong>de</strong>rrumbaba entre sus manos. Aún no contaban diez años,<br />
cuando ya en sueños confiaba en su futuro. Dudando <strong>de</strong> tener éxito nunca<br />
por sí misma, puso sus esperanzas en el<strong>los</strong> para vencer la saña <strong>de</strong> la<br />
suerte. Satisfarían sus vanida<strong>de</strong>s <strong>de</strong>cepcionadas, le darían aquella<br />
posición rica y envidiada que perseguía en vano. A partir <strong>de</strong> entonces, sin<br />
abandonar la lucha sostenida por la casa comercial, tuvo una segunda<br />
táctica para llegar a satisfacer sus instintos <strong>de</strong> dominio. Le parecía<br />
imposible que, entre sus tres hijos, no hubiera un hombre superior que <strong>los</strong><br />
enriqueciera a todos. Lo sentía, según <strong>de</strong>cía. Por eso cuidaba a <strong>los</strong> críos<br />
con un fervor en el cual había severida<strong>de</strong>s <strong>de</strong> madre y ternezas <strong>de</strong><br />
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