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La fortuna de los Rougon - Emile Zola

Historia natural y social de una familia bajo el Segundo Imperio. Y el primer episodio, La fortuna de los Rougon, debe llamarse con su título científico: Los orígenes. ÉMILE ZOLA

Historia natural y social de una familia bajo el Segundo Imperio. Y el primer episodio, La fortuna de los Rougon, debe llamarse con su título científico: Los orígenes.
ÉMILE ZOLA

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—¿No me esperaba usted, verdad? Ahora comprendo: <strong>de</strong>bió usted <strong>de</strong><br />

urdir alguna asechanza en mi casa. ¡Desdichado! ¡Ya ve adón<strong>de</strong> lo han<br />

conducido sus vicios y <strong>de</strong>sór<strong>de</strong>nes!<br />

Macquart se encogió <strong>de</strong> hombros.<br />

—Oiga —respondió—, déjeme en paz. Es usted un viejo tunante. Reirá<br />

mejor el que ría el último.<br />

<strong>Rougon</strong>, que no tenía un plan concreto respecto a él, lo empujó a un<br />

cuarto <strong>de</strong> aseo don<strong>de</strong> el señor Garçonnet iba a <strong>de</strong>scansar a veces. Este<br />

cuarto, iluminado por arriba, no tenía otra salida que la puerta <strong>de</strong> entrada.<br />

Estaba amueblado con unos sillones, un diván y un lavabo <strong>de</strong> mármol.<br />

Pierre cerró la puerta con doble vuelta, tras haber <strong>de</strong>satado a medias las<br />

manos <strong>de</strong> su hermano. Se oyó a este último arrojarse en el diván, y<br />

entonar el Çaira! con una voz formidable, como para acunarse.<br />

<strong>Rougon</strong>, solo por fin, se sentó a su vez en el sillón <strong>de</strong>l alcal<strong>de</strong>. Exhaló un<br />

suspiro, se enjugó la frente. ¡Qué dura era la conquista <strong>de</strong> la <strong>fortuna</strong> y <strong>los</strong><br />

honores! Por fin tocaba su meta, sentía el muelle sillón hundido bajo él,<br />

acariciaba con la mano, con gesto maquinal, el escritorio <strong>de</strong> caoba, que<br />

encontraba sedoso y <strong>de</strong>licado como la piel <strong>de</strong> una mujer bonita. Y se<br />

arrellanó aún más, adoptó la actitud digna que Macquart tenía un momento<br />

antes, escuchando la lectura <strong>de</strong> la proclama. En torno a él, el silencio <strong>de</strong>l<br />

<strong>de</strong>spacho le parecía cobrar una gravedad religiosa, que impregnaba su<br />

alma <strong>de</strong> divina voluptuosidad. Hasta el olor a polvo y a papeles viejos, que<br />

andaban rodando por <strong>los</strong> rincones, ascendía como un incienso a sus<br />

ventanillas dilatadas. Ese aposento, <strong>de</strong> colgaduras ajadas, que apestaba a<br />

<strong>los</strong> negocios estrechos, a las preocupaciones miserables <strong>de</strong> un<br />

ayuntamiento <strong>de</strong> tercer or<strong>de</strong>n, era un templo, en cuyo dios se convertía él.<br />

Entraba en algo sagrado. Él, a quien en el fondo no le gustaban <strong>los</strong> curas,<br />

recordó la emoción <strong>de</strong>liciosa <strong>de</strong> su primera comunión cuando había creído<br />

tragar a Jesús.<br />

Pero, en su arrobo, experimentaba pequeños sobresaltos nerviosos a cada<br />

estallido <strong>de</strong> voz <strong>de</strong> Macquart. <strong>La</strong>s palabras <strong>de</strong> aristócrata, horca, las<br />

amenazas <strong>de</strong> ejecución, le llegaban en ráfagas violentas a través <strong>de</strong> la<br />

puerta y cortaban <strong>de</strong> forma <strong>de</strong>sagradable su sueño triunfante. ¡Siempre<br />

aquel hombre! Y su sueño, que le mostraba Plassans a sus pies, se<br />

remataba con la brusca visión <strong>de</strong>l tribunal, <strong>de</strong> <strong>los</strong> jueces, <strong>de</strong> <strong>los</strong> jurados y<br />

<strong>de</strong>l público, escuchando las vergonzosas revelaciones <strong>de</strong> Macquart, la<br />

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