La fortuna de los Rougon - Emile Zola
Historia natural y social de una familia bajo el Segundo Imperio. Y el primer episodio, La fortuna de los Rougon, debe llamarse con su título científico: Los orígenes. ÉMILE ZOLA
Historia natural y social de una familia bajo el Segundo Imperio. Y el primer episodio, La fortuna de los Rougon, debe llamarse con su título científico: Los orígenes.
ÉMILE ZOLA
- TAGS
- literatura-francesa
Create successful ePaper yourself
Turn your PDF publications into a flip-book with our unique Google optimized e-Paper software.
Mientras tanto, Miette y Silvère marchaban con el arrebato <strong>de</strong> la banda.<br />
Hacia el amanecer la joven estaba rota <strong>de</strong> cansancio. Sólo avanzaba ya a<br />
pasitos apresurados, sin po<strong>de</strong>r seguir las gran<strong>de</strong>s zancadas <strong>de</strong> <strong>los</strong><br />
mocetones que la ro<strong>de</strong>aban. Pero ponía todo su valor en no quejarse; le<br />
habría costado <strong>de</strong>masiado confesar que no tenía la fuerza <strong>de</strong> un<br />
muchacho. Ya en las primeras leguas Silvère le había dado el brazo;<br />
<strong>de</strong>spués, viendo que la ban<strong>de</strong>ra se <strong>de</strong>slizaba poco a poco <strong>de</strong> sus manos<br />
rígidas, había querido cogerla, para aliviarla; y ella se había enfadado, le<br />
había permitido solamente sostener la ban<strong>de</strong>ra con una mano, mientras<br />
continuaba llevándola al hombro. Conservó así su actitud heroica con una<br />
testaru<strong>de</strong>z <strong>de</strong> criatura, sonriendo al joven cada vez que éste le lanzaba<br />
una mirada <strong>de</strong> inquieta ternura. Pero cuando la luna se ocultó, se<br />
abandonó en la oscuridad. Silvère la notaba cada vez más pesada,<br />
colgando <strong>de</strong> su brazo. Tuvo que llevar la ban<strong>de</strong>ra y ceñirla <strong>de</strong>l talle, para<br />
impedir que cayera al suelo. Ella seguía sin quejarse.<br />
—¿Estás muy cansada, mi pobre Miette? —le preguntó su compañero.<br />
—Sí, un poco cansada —respondió con voz ahogada.<br />
—¿Quieres que <strong>de</strong>scansemos?<br />
Ella no dijo nada, pero él comprendió que vacilaba. Entonces confió la<br />
ban<strong>de</strong>ra a uno <strong>de</strong> <strong>los</strong> insurgentes y salió <strong>de</strong> las filas, casi llevando a la niña<br />
en sus brazos. Ella se <strong>de</strong>batió un poco, estaba confusa al verse tan cría.<br />
Pero él la calmó, le dijo que conocía un atajo que acortaba el camino a la<br />
mitad. Podían <strong>de</strong>scansar una hora larga y llegar a Orchéres al mismo<br />
tiempo que la banda.<br />
Eran entonces alre<strong>de</strong>dor <strong>de</strong> las seis. Una ligera niebla <strong>de</strong>bía <strong>de</strong> subir <strong>de</strong>l<br />
Viorne. <strong>La</strong> noche parecía espesarse aún más. Los jóvenes treparon a<br />
tientas a lo largo <strong>de</strong> la pendiente <strong>de</strong> Les Garrigues, hasta una roca, en la<br />
cual se sentaron. En torno a el<strong>los</strong> se ahondaba un abismo <strong>de</strong> tinieblas.<br />
Estaban como perdidos en la punta <strong>de</strong> un arrecife, por encima <strong>de</strong>l vacío. Y<br />
en ese vacío, cuando se hubo perdido el sordo retumbar <strong>de</strong>l pequeño<br />
ejército, no oyeron sino dos campanas, una vibrante, que sonaba sin duda<br />
a sus pies, en algún pueblo edificado al bor<strong>de</strong> <strong>de</strong>l camino, otra alejada,<br />
apagada, que respondía a <strong>los</strong> febriles lamentos <strong>de</strong> la primera con lejanos<br />
sollozos. Se hubiera dicho que las campanas se contaban, en la nada, el<br />
fin siniestro <strong>de</strong> un mundo.<br />
155