La fortuna de los Rougon - Emile Zola
Historia natural y social de una familia bajo el Segundo Imperio. Y el primer episodio, La fortuna de los Rougon, debe llamarse con su título científico: Los orígenes. ÉMILE ZOLA
Historia natural y social de una familia bajo el Segundo Imperio. Y el primer episodio, La fortuna de los Rougon, debe llamarse con su título científico: Los orígenes.
ÉMILE ZOLA
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experimentaban una emoción in<strong>de</strong>finible, bajaban la voz, aunque nadie<br />
pudiera escuchar<strong>los</strong>. Entregándose a esas ondas silenciosas <strong>de</strong> la noche,<br />
la carne y el espíritu flotantes, se contaban, esas noches, las mil na<strong>de</strong>rías<br />
<strong>de</strong> la jornada, con temblores <strong>de</strong> enamorados.<br />
Otras veces, en las noches claras, cuando la luna recortaba nítidamente<br />
las líneas <strong>de</strong>l muro y <strong>de</strong> las pilas <strong>de</strong> tablas, Miette y Silvère conservaban<br />
su <strong>de</strong>spreocupación <strong>de</strong> niños. <strong>La</strong> vereda se alargaba, iluminada por rayas<br />
blancas, muy alegre, sin incógnitas. Y <strong>los</strong> dos amigos se perseguían, reían<br />
como chavales en el recreo, se aventuraban incluso a trepar a las pilas <strong>de</strong><br />
tablas. Silvère tenía que asustar a Miette, diciéndole que Justin quizá<br />
estuviera <strong>de</strong>trás <strong>de</strong> la tapia, acechándola. Entonces, aún ja<strong>de</strong>antes,<br />
caminaban uno junto al otro, prometiéndose ir a correr un día por <strong>los</strong><br />
prados <strong>de</strong> Santa Clara, para saber cuál <strong>de</strong> <strong>los</strong> dos atraparía al otro más <strong>de</strong><br />
prisa.<br />
Sus amores nacientes se acomodaban así a las noches oscuras y a las<br />
noches límpidas. Su corazón estaba siempre <strong>de</strong>spierto, y bastaba un poco<br />
<strong>de</strong> sombra para que su abrazo fuese más dulce y su risa más<br />
blandamente voluptuosa. El amado retiro, tan alegre al claro <strong>de</strong> luna, tan<br />
extrañamente conmovido en las noches sombrías, les parecía inagotable<br />
en estallidos <strong>de</strong> gozo y en silencios estremecidos. Y hasta media noche se<br />
quedaban allá, mientras la ciudad se dormía y las ventanas <strong>de</strong>l arrabal se<br />
apagaban una a una.<br />
Nunca vieron perturbada su soledad. A esa hora avanzada <strong>los</strong> chiquil<strong>los</strong><br />
ya no jugaban al escondite <strong>de</strong>trás <strong>de</strong> las pilas <strong>de</strong> tablas. A veces, cuando<br />
<strong>los</strong> jóvenes oían algún ruido, una canción <strong>de</strong> obreros que pasaban por la<br />
carretera, voces que llegaban <strong>de</strong> las aceras vecinas, se aventuraban a<br />
echar una mirada al ejido <strong>de</strong> San Mittre. El campo <strong>de</strong> vigas se extendía,<br />
vacío, poblado por raras sombras. En las veladas tibias, veían allí vagas<br />
parejas <strong>de</strong> enamorados, viejos sentados en <strong>los</strong> ma<strong>de</strong>ros, al bor<strong>de</strong> <strong>de</strong>l<br />
camino real. Cuando las noches se volvían más frescas, sólo distinguían el<br />
ejido melancólico y <strong>de</strong>sierto, algún fuego <strong>de</strong> gitanos, ante el cual pasaban<br />
gran<strong>de</strong>s sombras negras. El aire en calma <strong>de</strong> la noche les traía palabras y<br />
sonidos perdidos, las buenas noches <strong>de</strong> un burgués que cerraba su<br />
puerta, el chasquido <strong>de</strong> un postigo, las campanadas graves <strong>de</strong> <strong>los</strong> relojes,<br />
todos esos ruidos menguantes <strong>de</strong> una ciudad <strong>de</strong> provincias que se<br />
acuesta. Y cuando Plassans estaba dormido, oían aún las disputas <strong>de</strong> <strong>los</strong><br />
gitanos, el chisporroteo <strong>de</strong> su hoguera, en medio <strong>de</strong>l cual se alzaban<br />
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