La fortuna de los Rougon - Emile Zola
Historia natural y social de una familia bajo el Segundo Imperio. Y el primer episodio, La fortuna de los Rougon, debe llamarse con su título científico: Los orígenes. ÉMILE ZOLA
Historia natural y social de una familia bajo el Segundo Imperio. Y el primer episodio, La fortuna de los Rougon, debe llamarse con su título científico: Los orígenes.
ÉMILE ZOLA
- TAGS
- literatura-francesa
Create successful ePaper yourself
Turn your PDF publications into a flip-book with our unique Google optimized e-Paper software.
muerte, en ese sen<strong>de</strong>ro don<strong>de</strong> hacía tanto tiempo paseaba su corazón,<br />
era <strong>de</strong> una dulzura inefable. Se rezagaba, disfrutaba largamente <strong>de</strong> sus<br />
adioses a todo cuanto amaba, las hierbas, las piezas <strong>de</strong> ma<strong>de</strong>ra, las<br />
piedras <strong>de</strong> la vieja tapia, esas cosas que Miette había vuelto vivientes. Y<br />
su pensamiento se extraviaba <strong>de</strong> nuevo. Esperaban a tener edad para<br />
casarse. Tía Di<strong>de</strong> se habría quedado con el<strong>los</strong>. ¡Ah! ¡Si hubieran huido<br />
lejos, muy lejos, al fondo <strong>de</strong> alguna al<strong>de</strong>a <strong>de</strong>sconocida, don<strong>de</strong> <strong>los</strong> golfos<br />
<strong>de</strong>l arrabal no hubieran ido a echarle en cara a la Chantegreil el crimen <strong>de</strong><br />
su padre! ¡Qué dichosa paz! Habría abierto un taller <strong>de</strong> carretero, al bor<strong>de</strong><br />
<strong>de</strong> un camino real. Cierto que tenía en poco sus ambiciones <strong>de</strong> obrero; ya<br />
no envidiaba la carrocería, las calesas <strong>de</strong> anchos paneles barnizados,<br />
relucientes como espejos. En el estupor <strong>de</strong> su <strong>de</strong>sesperación, no pudo<br />
recordar por qué su sueño <strong>de</strong> felicidad no se realizaría nunca. ¿Por qué no<br />
se iba, con Miette y tía Di<strong>de</strong>? Con la memoria en tensión, escuchaba un<br />
ruido agrio <strong>de</strong> tiroteo, veía una ban<strong>de</strong>ra caer ante sí, con el asta rota, la<br />
tela colgante, como el ala <strong>de</strong> un pájaro abatido <strong>de</strong> un disparo. Era la<br />
República que dormía con Miette, en un pliegue <strong>de</strong> la ban<strong>de</strong>ra roja. ¡Ah,<br />
qué calamidad, habían muerto las dos! Tenían un agujero ensangrentado<br />
en el pecho, y eso era lo que le cortaba la vida ahora, <strong>los</strong> cadáveres <strong>de</strong><br />
sus dos amores. Ya no tenía nada, podía morir. Des<strong>de</strong> Sainte-Roure, era<br />
eso lo que le había dado esa dulzura infantil, vaga y estúpida. Le habrían<br />
podido pegar sin que lo sintiera. Ya no estaba en su carne, había quedado<br />
arrodillado junto a sus queridas muertas, bajo <strong>los</strong> árboles, entre el humo<br />
acre <strong>de</strong> la pólvora.<br />
Pero el tuerto se impacientaba; empujó a Mourgue, que se <strong>de</strong>jaba<br />
arrastrar, y gruñó:<br />
—Vamos <strong>de</strong> una vez, no quiero dormir aquí.<br />
Silvère tropezó. Miró a sus pies. Un fragmento <strong>de</strong> calavera blanqueaba<br />
entre la hierba. Creyó oír que la estrecha vereda se llenaba <strong>de</strong> voces. Los<br />
muertos lo llamaban, <strong>los</strong> viejos muertos, cuyos hálitos cálidos, durante las<br />
noches <strong>de</strong> julio, <strong>los</strong> turbaban tan extrañamente, a él y a su enamorada.<br />
Reconocía a la perfección sus murmul<strong>los</strong> discretos. Estaban gozosos, le<br />
<strong>de</strong>cían que acudiera, prometían <strong>de</strong>volverle a Miette en la tierra, en un<br />
retiro todavía más escondido que aquel trozo <strong>de</strong> sen<strong>de</strong>ro. El cementerio,<br />
que había insuflado en el corazón <strong>de</strong> <strong>los</strong> niños, con sus olores feraces, con<br />
su vegetación negra, ásperos <strong>de</strong>seos, <strong>de</strong>splegando con complacencia su<br />
lecho <strong>de</strong> hierbajos, sin po<strong>de</strong>r arrojar<strong>los</strong> uno en brazos <strong>de</strong>l otro, soñaba, en<br />
296