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La fortuna de los Rougon - Emile Zola

Historia natural y social de una familia bajo el Segundo Imperio. Y el primer episodio, La fortuna de los Rougon, debe llamarse con su título científico: Los orígenes. ÉMILE ZOLA

Historia natural y social de una familia bajo el Segundo Imperio. Y el primer episodio, La fortuna de los Rougon, debe llamarse con su título científico: Los orígenes.
ÉMILE ZOLA

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—Eso es —gritaron—, la Chantegreil llevará la ban<strong>de</strong>ra.<br />

Un leñador comentó que se cansaría pronto, que no podría llegar muy<br />

lejos.<br />

—¡Oh!, soy fuerte —dijo ella orgul<strong>los</strong>amente arremangándose y mostrando<br />

sus brazos gruesos, tan rollizos ya como <strong>los</strong> <strong>de</strong> una mujer hecha. Y al<br />

ten<strong>de</strong>rle la ban<strong>de</strong>ra—: Esperen —prosiguió.<br />

Se quitó vivamente la pelliza, que volvió a ponerse en seguida, tras<br />

haberle dado la vuelta por el lado <strong>de</strong>l forro rojo. Entonces apareció, a la<br />

blanca claridad <strong>de</strong> la luna, arrebujada en un ancho manto <strong>de</strong> púrpura que<br />

le caía hasta <strong>los</strong> pies. <strong>La</strong> capucha, <strong>de</strong>tenida en el bor<strong>de</strong> <strong>de</strong> su moño, la<br />

tocaba con una especie <strong>de</strong> gorro frigio. Cogió la ban<strong>de</strong>ra, apretó el asta<br />

contra su pecho, y se mantuvo erguida, entre <strong>los</strong> pliegues <strong>de</strong> aquel pendón<br />

sangriento que on<strong>de</strong>aba <strong>de</strong>trás <strong>de</strong> ella. Su cabeza <strong>de</strong> chiquilla exaltada,<br />

con sus cabel<strong>los</strong> crespos, sus gran<strong>de</strong>s ojos húmedos, sus labios<br />

entreabiertos en una sonrisa, tuvo un impulso <strong>de</strong> enérgica altivez al<br />

erguirse a medias hacia el cielo. En ese momento, fue la virgen Libertad.<br />

Los insurgentes estallaron en aplausos. Aquel<strong>los</strong> meridionales, <strong>de</strong><br />

imaginación viva, quedaron impresionados y entusiasmados por la brusca<br />

aparición <strong>de</strong> aquella chicarrona roja <strong>de</strong> arriba abajo que apretaba tan<br />

nerviosamente contra su seno la ban<strong>de</strong>ra. Del grupo partieron gritos:<br />

—¡Bien por la Chantegreil! ¡Viva la Chantegreil! ¡Se quedará con nosotros,<br />

nos traerá suerte!<br />

<strong>La</strong> hubieran aclamado mucho tiempo <strong>de</strong> no haber llegado la or<strong>de</strong>n <strong>de</strong><br />

reanudar la marcha. Y mientras la columna se ponía en movimiento, Miette<br />

apretó la mano <strong>de</strong> Silvère, que acababa <strong>de</strong> colocarse a su lado, y le<br />

murmuró al oído:<br />

—¡Ya lo oyes! Me quedaré contigo. ¿Quieres?<br />

Silvère, sin respon<strong>de</strong>r, le <strong>de</strong>volvió el apretón. Aceptaba. Hondamente<br />

emocionado, era incapaz por lo <strong>de</strong>más <strong>de</strong> no <strong>de</strong>jarse llevar por el mismo<br />

entusiasmo que sus compañeros. ¡Miette le había parecido tan hermosa,<br />

tan gran<strong>de</strong>, tan santa! Durante toda la subida <strong>de</strong> la cuesta volvió a verla<br />

ante sí, radiante, con una aureola <strong>de</strong> púrpura. Ahora, la confundía con su<br />

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