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La fortuna de los Rougon - Emile Zola

Historia natural y social de una familia bajo el Segundo Imperio. Y el primer episodio, La fortuna de los Rougon, debe llamarse con su título científico: Los orígenes. ÉMILE ZOLA

Historia natural y social de una familia bajo el Segundo Imperio. Y el primer episodio, La fortuna de los Rougon, debe llamarse con su título científico: Los orígenes.
ÉMILE ZOLA

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Y por el camino pidió que le contaran el caso. El jardín terminaba en una<br />

terraza que dominaba la llanura; en aquel lugar, un ancho lienzo <strong>de</strong><br />

muralla se había <strong>de</strong>rrumbado, el horizonte se extendía sin límites. <strong>Rougon</strong><br />

había comprendido que sería un excelente puesto <strong>de</strong> observación. Los<br />

guardias nacionales se habían quedado en la puerta.<br />

Mientras charlaban, <strong>los</strong> miembros <strong>de</strong> la comisión fueron a acodarse en el<br />

parapeto <strong>de</strong> la terraza. El extraño espectáculo que se <strong>de</strong>splegó entonces<br />

ante el<strong>los</strong> <strong>los</strong> <strong>de</strong>jó mudos. A lo lejos, en el valle <strong>de</strong>l Viorne, en esa<br />

hondonada inmensa que se hundía, hacia poniente, entre la ca<strong>de</strong>na <strong>de</strong><br />

Les Garrigues y las montañas <strong>de</strong> la Seille, <strong>los</strong> resplandores <strong>de</strong> la luna<br />

fluían como un río <strong>de</strong> pálida luz. Los grupos <strong>de</strong> árboles, las rocas oscuras,<br />

formaban, <strong>de</strong> trecho en trecho, islotes, lenguas <strong>de</strong> tierra, emergiendo <strong>de</strong>l<br />

mar luminoso. Y se distinguían, según <strong>los</strong> recodos <strong>de</strong>l Viorne, algunos<br />

tramos <strong>de</strong>l río, que aparecían, con reflejos <strong>de</strong> armadura, en el fino polvo <strong>de</strong><br />

plata que caía <strong>de</strong>l cielo. Era un océano, un mundo que la noche, el frío, el<br />

miedo secreto, ensanchaban hasta el infinito. Aquel<strong>los</strong> señores no oyeron,<br />

no vieron al principio nada. Había en el cielo un temblor <strong>de</strong> luz y <strong>de</strong> voces<br />

remotas que <strong>los</strong> ensor<strong>de</strong>cía y <strong>los</strong> cegaba. Granoux, poco poeta por<br />

naturaleza, murmuró, sin embargo, ganado por la paz serena <strong>de</strong> esa<br />

noche <strong>de</strong> invierno:<br />

—¡Qué hermosa noche, señores!<br />

—Decididamente, Roudier ha soñado —dijo <strong>Rougon</strong> con cierto <strong>de</strong>sdén.<br />

Pero el marqués aguzaba su fino oído.<br />

—¡Eh! —dijo con su voz clara—, oigo toques a rebato.<br />

Todos se inclinaron sobre el parapeto, conteniendo la respiración. Y leves,<br />

con purezas <strong>de</strong> cristal, <strong>los</strong> tañidos lejanos <strong>de</strong> una campana ascendieron<br />

<strong>de</strong>s<strong>de</strong> la llanura. Aquel<strong>los</strong> señores no pudieron negarlo. Eran toques <strong>de</strong><br />

rebato. <strong>Rougon</strong> pretendió reconocer la campana <strong>de</strong> Le Béage, un pueblo<br />

situado a una legua larga <strong>de</strong> Plassans. Decía eso para tranquilizar a sus<br />

colegas.<br />

—Escuchen, escuchen —interrumpió el marqués—. Esta vez es la<br />

campana <strong>de</strong> Saint-Maur.<br />

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