La fortuna de los Rougon - Emile Zola
Historia natural y social de una familia bajo el Segundo Imperio. Y el primer episodio, La fortuna de los Rougon, debe llamarse con su título científico: Los orígenes. ÉMILE ZOLA
Historia natural y social de una familia bajo el Segundo Imperio. Y el primer episodio, La fortuna de los Rougon, debe llamarse con su título científico: Los orígenes.
ÉMILE ZOLA
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—¡Ah!, sí, ¡lo olvido! —prosiguió con más violencia—. ¡Ahí tienes otro más<br />
cuya mera i<strong>de</strong>a me saca <strong>de</strong> quicio!… Pero eso no es todo: ¿sabes?, el<br />
pequeño Silvère, lo vi en casa <strong>de</strong> mi madre, la otra noche, con las manos<br />
llenas <strong>de</strong> sangre; le ha sacado un ojo a un gendarme. No te hablé <strong>de</strong> eso<br />
para no asustarte. ¿Te imaginas a uno <strong>de</strong> mis sobrinos ante un tribunal?<br />
¡Ah, qué familia!… En cuanto a Macquart, nos ha molestado, hasta el<br />
punto <strong>de</strong> que ganas tuve <strong>de</strong> romperle la cabeza, el otro día, cuando yo<br />
tenía un fusil. Sí, me dieron ganas…<br />
Felicité <strong>de</strong>jaba pasar la ola. Había encajado <strong>los</strong> reproches <strong>de</strong> su marido<br />
con angelical dulzura, bajando la cabeza, como una culpable, lo cual le<br />
permitía resplan<strong>de</strong>cer por lo bajo. Con su actitud, incitaba a Pierre, lo<br />
enloquecía. Cuando la voz le falló al pobre hombre, ella lanzó gran<strong>de</strong>s<br />
suspiros, fingiendo arrepentimiento; <strong>de</strong>spués repitió con voz <strong>de</strong>solada:<br />
—¿Qué vamos a hacer, Dios mío? ¿Qué vamos a hacer?… Estamos<br />
acribillados a <strong>de</strong>udas.<br />
—¡<strong>La</strong> culpa es tuya! —gritó Pierre poniendo en ese grito sus últimas<br />
fuerzas.<br />
Los <strong>Rougon</strong>, en efecto, <strong>de</strong>bían por todas partes. <strong>La</strong> esperanza <strong>de</strong> un<br />
próximo éxito les había hecho per<strong>de</strong>r toda pru<strong>de</strong>ncia. Des<strong>de</strong> comienzos <strong>de</strong><br />
1851, habían llegado a ofrecer, cada noche, a <strong>los</strong> contertulios <strong>de</strong>l salón<br />
amarillo, zumos <strong>de</strong> fruta y ponche, pastelil<strong>los</strong>, meriendas completas,<br />
durante las cuales se brindaba por la muerte <strong>de</strong> la República. Pierre había<br />
puesto, a<strong>de</strong>más, un cuarto <strong>de</strong> su capital a disposición <strong>de</strong> la reacción, para<br />
contribuir a la compra <strong>de</strong> <strong>los</strong> fusiles y <strong>los</strong> cartuchos.<br />
—<strong>La</strong> cuenta <strong>de</strong> la pastelería es <strong>de</strong> por lo menos mil francos —prosiguió<br />
Felicité con su tono dulzón—, y quizá le <strong>de</strong>bemos el doble al licorista. Y<br />
a<strong>de</strong>más está el carnicero, el pana<strong>de</strong>ro, el frutero… —Pierre agonizaba.<br />
Felicité le asestó el último golpe al agregar—: Por no hablar <strong>de</strong> <strong>los</strong> diez mil<br />
francos que diste para las armas.<br />
—¡Yo, yo! —balbució—. ¡Me han engañado, me han robado! ¡Es ese<br />
imbécil <strong>de</strong> Sicardot quien me metió en la cosa, jurándome que <strong>los</strong><br />
Napoleón saldrían vencedores! Pensé dar un anticipo. Pero ese viejo<br />
zopenco tendrá que <strong>de</strong>volverme mi dinero.<br />
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