La fortuna de los Rougon - Emile Zola
Historia natural y social de una familia bajo el Segundo Imperio. Y el primer episodio, La fortuna de los Rougon, debe llamarse con su título científico: Los orígenes. ÉMILE ZOLA
Historia natural y social de una familia bajo el Segundo Imperio. Y el primer episodio, La fortuna de los Rougon, debe llamarse con su título científico: Los orígenes.
ÉMILE ZOLA
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piel, hinchando la tela; <strong>de</strong>spués se revolcaba en las superficies muertas,<br />
como una gata sobre una alfombra; e iba <strong>de</strong>l agua luminosa, don<strong>de</strong> se<br />
bañaba la luna, al agua negra, ensombrecida por el follaje, con escalofríos,<br />
como si hubiera abandonado una llanura soleada y sentido el frío <strong>de</strong> las<br />
ramas caerle sobre la nuca.<br />
Ahora se apartaba para <strong>de</strong>svestirse, se escondía. En el agua, guardaba<br />
silencio; no quería ya que Silvère la tocase; se <strong>de</strong>slizaba suavemente a su<br />
lado, nadando con el ruidito <strong>de</strong> un pájaro cuyo vuelo cruza un zarzal; o a<br />
veces daba vueltas en torno a él, presa <strong>de</strong> vagos temores que no se<br />
explicaba. También él se alejaba, cuando rozaba uno <strong>de</strong> sus miembros. El<br />
río tenía ya sólo para el<strong>los</strong> una embriaguez muelle, un embotamiento<br />
voluptuoso que <strong>los</strong> turbaba extrañamente. Cuando salían <strong>de</strong>l baño, sobre<br />
todo, experimentaban somnolencias, vahídos. Estaban como agotados.<br />
Miette tardaba una hora larga en vestirse. Al principio se ponía sólo la<br />
blusa y una falda; luego se quedaba allí, extendida en la hierba,<br />
quejándose <strong>de</strong> cansancio, llamando a Silvère, que se hallaba a unos<br />
pasos, la cabeza vacía, <strong>los</strong> miembros llenos <strong>de</strong> extraña y excitante lasitud.<br />
Y, al regreso, había más ardor en su abrazo, sentían mejor, a través <strong>de</strong><br />
sus ropas, su cuerpo flexible por el baño, se <strong>de</strong>tenían lanzando gran<strong>de</strong>s<br />
suspiros. El moño enorme <strong>de</strong> Miette, todavía muy húmedo, su nuca, sus<br />
hombros tenían un aroma fresco, un olor puro, que acababan <strong>de</strong><br />
embriagar al joven. <strong>La</strong> niña, felizmente, <strong>de</strong>claró una noche que no tomaría<br />
más baños, que el agua fría hacía que la sangre se le subiese a la cabeza.<br />
Sin duda dio esta razón con toda verdad, con toda inocencia.<br />
Reanudaron sus largas conversaciones. En el espíritu <strong>de</strong> Silvère sólo<br />
perduró, <strong>de</strong>l peligro que acababan <strong>de</strong> correr sus amores ignorantes, una<br />
gran admiración por el vigor físico <strong>de</strong> Miette. En quince días había<br />
aprendido a nadar, y a menudo, cuando competían en velocidad, la había<br />
visto cortar la corriente con un brazo tan rápido como el suyo. Él, que<br />
adoraba la fuerza, <strong>los</strong> ejercicios corporales, sentía su corazón enternecido<br />
al verla tan fuerte, tan po<strong>de</strong>rosa y hábil <strong>de</strong> cuerpo. Se apo<strong>de</strong>raba <strong>de</strong> su<br />
corazón un singular aprecio por sus robustos brazos. Una noche, <strong>de</strong>spués<br />
<strong>de</strong> uno <strong>de</strong> esos primeros baños que <strong>los</strong> <strong>de</strong>jaban tan risueños, se habían<br />
agarrado por la cintura, en una banda <strong>de</strong> arena, y durante largos minutos<br />
habían luchado, sin que Silvère consiguiera <strong>de</strong>rribar a Miette; luego, al<br />
per<strong>de</strong>r el equilibrio el joven, la niña había quedado en pie. Su enamorado<br />
la trataba como a un chico, y fueron esas marchas forzadas, esas carreras<br />
locas a través <strong>de</strong> <strong>los</strong> prados, esos nidos encontrados en las copas <strong>de</strong> <strong>los</strong><br />
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