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La fortuna de los Rougon - Emile Zola

Historia natural y social de una familia bajo el Segundo Imperio. Y el primer episodio, La fortuna de los Rougon, debe llamarse con su título científico: Los orígenes. ÉMILE ZOLA

Historia natural y social de una familia bajo el Segundo Imperio. Y el primer episodio, La fortuna de los Rougon, debe llamarse con su título científico: Los orígenes.
ÉMILE ZOLA

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Fueron el salchichero Dubruel y <strong>los</strong> señores Liévin y Massicot quienes<br />

<strong>de</strong>scargaron sus armas con rapi<strong>de</strong>z culpable. —Y como hubo algunos<br />

murmul<strong>los</strong>—: Culpable, mantengo la palabra —prosiguió—. <strong>La</strong> guerra ya<br />

tiene necesida<strong>de</strong>s bien crueles, sin que se <strong>de</strong>rrame sangre inútil. Habría<br />

querido ver<strong>los</strong> en mi lugar… Por lo <strong>de</strong>más, esos señores me juraron que la<br />

culpa no era suya; no se explican cómo se dispararon sus fusiles… Y sin<br />

embargo, hubo una bala perdida que, tras haber rebotado, le hizo un<br />

car<strong>de</strong>nal en la mejilla a un insurrecto…<br />

Este car<strong>de</strong>nal, esta herida inesperada, satisfizo al auditorio. ¿En qué<br />

mejilla estaba el car<strong>de</strong>nal, y cómo una bala, aunque fuera perdida, podía<br />

dar en una mejilla sin agujerearla? Esto proporcionó materia para largos<br />

comentarios.<br />

—Arriba —continuó <strong>Rougon</strong> con su voz más fuerte, sin <strong>de</strong>jar tiempo para<br />

que se calmase la agitación—, arriba teníamos mucho que hacer. <strong>La</strong> lucha<br />

fue dura…<br />

Y <strong>de</strong>scribió el arresto <strong>de</strong> su hermano y <strong>de</strong> <strong>los</strong> otros cuatro insurrectos muy<br />

largamente, sin nombrar a Macquart, a quien llamaba «el jefe». <strong>La</strong>s<br />

palabras «el <strong>de</strong>spacho <strong>de</strong>l señor alcal<strong>de</strong>, el sillón, el escritorio <strong>de</strong>l señor<br />

alcal<strong>de</strong>» reaparecían a cada instante en su boca e imprimían, para <strong>los</strong><br />

oyentes, una maravil<strong>los</strong>a gran<strong>de</strong>za a esta terrible escena. Ya no se<br />

peleaba en conserjería, sino en la se<strong>de</strong> <strong>de</strong>l primer magistrado <strong>de</strong> la ciudad.<br />

Roudier estaba hundido. <strong>Rougon</strong> llegó por fin al episodio que preparaba<br />

<strong>de</strong>s<strong>de</strong> el comienzo, y que <strong>de</strong>bía presentarlo <strong>de</strong>cididamente como un héroe.<br />

—Entonces —dijo—, un insurrecto se precipita sobre mí. Aparto el sillón<br />

<strong>de</strong>l señor alcal<strong>de</strong>, cojo a mi hombre por el cuello. ¡Y aprieto, ya pue<strong>de</strong>n<br />

figurarse! Pero el fusil me estorbaba. No quería soltarlo, uno jamás suelta<br />

su fusil. Lo tenía, así, bajo el brazo izquierdo. Repentinamente se escapa<br />

un tiro…<br />

Todo el auditorio estaba pendiente <strong>de</strong> <strong>los</strong> labios <strong>de</strong> <strong>Rougon</strong>. Granoux, que<br />

abría <strong>los</strong> labios, con un feroz prurito <strong>de</strong> hablar, exclamó:<br />

—No, no, no es así… Usted no pudo verlo, amigo mío; peleaba como un<br />

león… Pero yo, que ayudaba a agarrotar a uno <strong>de</strong> <strong>los</strong> prisioneros, lo he<br />

visto todo… El hombre quiso asesinarlo; fue él quien disparó el tiro; vi<br />

perfectamente sus <strong>de</strong>dos negros que <strong>de</strong>slizaba bajo el brazo <strong>de</strong> usted…<br />

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