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La fortuna de los Rougon - Emile Zola

Historia natural y social de una familia bajo el Segundo Imperio. Y el primer episodio, La fortuna de los Rougon, debe llamarse con su título científico: Los orígenes. ÉMILE ZOLA

Historia natural y social de una familia bajo el Segundo Imperio. Y el primer episodio, La fortuna de los Rougon, debe llamarse con su título científico: Los orígenes.
ÉMILE ZOLA

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fueron <strong>los</strong> cuatro años <strong>de</strong> embrutecimiento que el mozo pasó <strong>de</strong> esta<br />

forma. Hay, en cada pequeña ciudad, un grupo <strong>de</strong> individuos que viven a<br />

costa <strong>de</strong> sus padres, fingiendo a veces que trabajan, pero cultivando en<br />

realidad su pereza como una especie <strong>de</strong> religión. Aristi<strong>de</strong> fue el tipo <strong>de</strong><br />

esos azotacalles incorregibles a quienes se ve arrastrarse<br />

voluptuosamente en el vacío <strong>de</strong> la provincia. Jugó al ecarté durante cuatro<br />

años. Mientras él vivía en el casino, su mujer, una rubia blanda y plácida,<br />

contribuía a la ruina <strong>de</strong> la casa <strong>Rougon</strong> con una pronunciada afición a <strong>los</strong><br />

trajes vistosos y con un apetito formidable, curiosísimo en una criatura tan<br />

frágil. Angèle adoraba las cintas azul cielo y el solomillo a la plancha. Era<br />

hija <strong>de</strong> un capitán retirado, al que llamaban el comandante Sicardot, un<br />

buen hombre que le había dado en dote diez mil francos, todas sus<br />

economías. Por eso Pierre, al elegir a Angèle para su hijo, había creído<br />

hacer un negocio inesperado, a tan bajo precio valoraba a Aristi<strong>de</strong>. Esta<br />

dote <strong>de</strong> diez mil francos, que le hizo <strong>de</strong>cidirse, se convirtió justamente<br />

luego en un ladrillo atado a su cuello. Su hijo era ya un taimado bribón; le<br />

entregó <strong>los</strong> diez mil francos, asociándose con él, sin querer quedarse con<br />

un céntimo, exhibiendo la mayor abnegación.<br />

—Nosotros no necesitamos nada —<strong>de</strong>cía—; manténganos a mi mujer y a<br />

mí, y ya haremos cuentas más a<strong>de</strong>lante.<br />

Pierre estaba en apuros y aceptó, un poco inquieto por el <strong>de</strong>sinterés <strong>de</strong><br />

Aristi<strong>de</strong>. Éste se <strong>de</strong>cía que acaso durante mucho tiempo su padre no<br />

tendría diez mil francos líquidos para <strong>de</strong>volverle, y que él y su mujer<br />

vivirían liberalmente a sus expensas, mientras la sociedad no pudiera<br />

romperse. Se trataba <strong>de</strong> unos cuantos billetes <strong>de</strong> banco admirablemente<br />

colocados. Cuando el comerciante <strong>de</strong> aceite comprendió el trato engañoso<br />

que había hecho, ya no estaba en sus manos <strong>de</strong>sembarazarse <strong>de</strong> Aristi<strong>de</strong>;<br />

la dote <strong>de</strong> Angèle se encontraba comprometida en especulaciones que<br />

marchaban mal. Hubo <strong>de</strong> tener consigo a la pareja, exasperado, sufriendo<br />

por el gran apetito <strong>de</strong> su nuera y por la holgazanería <strong>de</strong> su hijo. Veinte<br />

veces, si hubiera podido reembolsarles, habría puesto en la calle a aquella<br />

gentuza que le chupaba la sangre, según su enérgica expresión. Felicité<br />

<strong>los</strong> apoyaba sordamente; el joven, que había calado en sus sueños <strong>de</strong><br />

ambición, le exponía cada noche admirables planes <strong>de</strong> <strong>fortuna</strong> que iba a<br />

poner en práctica próximamente. Por una casualidad bastante rara, estaba<br />

en <strong>los</strong> mejores términos con su nuera; hay que <strong>de</strong>cir que Angèle no tenía<br />

voluntad, y que se podía disponer <strong>de</strong> ella como <strong>de</strong> un mueble. Pierre se<br />

enfurecía cuando su mujer le hablaba <strong>de</strong> <strong>los</strong> futuros éxitos <strong>de</strong> su hijo<br />

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