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La fortuna de los Rougon - Emile Zola

Historia natural y social de una familia bajo el Segundo Imperio. Y el primer episodio, La fortuna de los Rougon, debe llamarse con su título científico: Los orígenes. ÉMILE ZOLA

Historia natural y social de una familia bajo el Segundo Imperio. Y el primer episodio, La fortuna de los Rougon, debe llamarse con su título científico: Los orígenes.
ÉMILE ZOLA

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polvo <strong>de</strong> lluvia. A sus pies, gruesas gotas caídas <strong>de</strong> las tablas<br />

chapoteaban acompasadas. Y tenían calor con la pelliza parda; estaban<br />

tan estrechos que Miette se encontraba a medias sobre las rodillas <strong>de</strong><br />

Silvère. Parloteaban; <strong>de</strong>spués enmu<strong>de</strong>cían, invadidos por una langui<strong>de</strong>z,<br />

adormilados por la tibieza <strong>de</strong> su abrazo y por el redoble monótono <strong>de</strong>l<br />

aguacero. Así estaban horas, con ese amor a la lluvia que hace caminar<br />

gravemente a las niñas pequeñas, en días <strong>de</strong> tormenta, con una sombrilla<br />

abierta en la mano. Acabaron prefiriendo las veladas lluviosas. Sólo que su<br />

separación resultaba entonces más penosa. Era preciso que Miette<br />

salvase su muro bajo una lluvia insistente, y que cruzase <strong>los</strong> charcos <strong>de</strong>l<br />

Jas-Meiffren en plena oscuridad. En cuanto ella salía <strong>de</strong> sus brazos,<br />

Silvère la perdía en las tinieblas, en el clamor <strong>de</strong>l agua. Escuchaba en<br />

vano, ensor<strong>de</strong>cido, cegado. Pero la inquietud en que <strong>los</strong> sumía a <strong>los</strong> dos<br />

esta brusca separación era un encanto más; hasta el día siguiente se<br />

preguntaban si no les habría ocurrido algo, con aquel tiempo <strong>de</strong> perros;<br />

podían haber resbalado, quizá se habían extraviado, temores que <strong>los</strong><br />

absorbían tiránicamente a uno y otro, y que hacían más tierna la entrevista<br />

siguiente.<br />

Por fin volvieron <strong>los</strong> días buenos, abril trajo noches dulces, la hierba <strong>de</strong>l<br />

sen<strong>de</strong>ro creció locamente. En aquella oleada <strong>de</strong> vida que fluía <strong>de</strong>l cielo y<br />

ascendía <strong>de</strong> la tierra, entre las embriagueces <strong>de</strong> la joven estación, a veces<br />

<strong>los</strong> enamorados añoraron su soledad invernal, las tar<strong>de</strong>s <strong>de</strong> lluvia, las<br />

noches heladas, durante las cuales estaban tan perdidos, tan lejos <strong>de</strong> todo<br />

ruido humano. Ahora el día no caía ya tan pronto; mal<strong>de</strong>cían <strong>los</strong> largos<br />

crepúscu<strong>los</strong> y cuando la noche se había hecho tan negra como para que<br />

Miette pudiera trepar por el muro sin peligro <strong>de</strong> ser vista, cuando habían<br />

conseguido por fin <strong>de</strong>slizarse en su sen<strong>de</strong>ro, ya no encontraban en él el<br />

aislamiento que agradaba a su salvajismo <strong>de</strong> niños enamorados. El ejido<br />

<strong>de</strong> San Mittre se poblaba, <strong>los</strong> chiquil<strong>los</strong> <strong>de</strong>l arrabal se quedaban sobre las<br />

vigas, persiguiéndose y gritando, hasta las once; ocurrió incluso a veces<br />

que uno <strong>de</strong> el<strong>los</strong> fue a escon<strong>de</strong>rse tras las pilas <strong>de</strong> tablas, lanzando a<br />

Miette y Silvère la risa <strong>de</strong>scarada <strong>de</strong> un golfo <strong>de</strong> diez años. El temor <strong>de</strong><br />

verse sorprendidos, el <strong>de</strong>spertar, <strong>los</strong> ruidos <strong>de</strong> la vida que crecían en torno<br />

a el<strong>los</strong>, a medida que la estación se volvía más cálida, dieron inquietud a<br />

sus entrevistas.<br />

A<strong>de</strong>más empezaban a ahogarse en la estrecha vereda. Jamás ésta se<br />

había estremecido con un temblor tan ardiente; jamás el suelo, ese<br />

mantillo don<strong>de</strong> dormían las últimas osamentas <strong>de</strong>l antiguo cementerio,<br />

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