La fortuna de los Rougon - Emile Zola
Historia natural y social de una familia bajo el Segundo Imperio. Y el primer episodio, La fortuna de los Rougon, debe llamarse con su título científico: Los orígenes. ÉMILE ZOLA
Historia natural y social de una familia bajo el Segundo Imperio. Y el primer episodio, La fortuna de los Rougon, debe llamarse con su título científico: Los orígenes.
ÉMILE ZOLA
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habían sido <strong>de</strong>gollados.<br />
A las cuatro, <strong>Rougon</strong>, seguido por Granoux, se dirigió a la mansión <strong>de</strong><br />
Valqueyras. Pequeñas bandas, que se unían a <strong>los</strong> insurrectos, en<br />
Orchéres, seguían pasando a lo lejos, por el valle <strong>de</strong>l Viorne. Durante todo<br />
el día <strong>los</strong> chiquil<strong>los</strong> habían trepado a las murallas, <strong>los</strong> burgueses habían<br />
ido a mirar por las troneras. Estos centinelas voluntarios alimentaban el<br />
espanto <strong>de</strong> la ciudad, al contar en voz alta las bandas, que eran tomadas<br />
por otros tantos batallones. Aquel pueblo cobar<strong>de</strong> creía asistir, <strong>de</strong>s<strong>de</strong> las<br />
almenas, a <strong>los</strong> preparativos <strong>de</strong> una matanza universal. Al crepúsculo, al<br />
igual que la víspera, el pánico sopló, más frío.<br />
Al regresar a la alcaldía, <strong>Rougon</strong> y su inseparable Granoux comprendieron<br />
que la situación resultaba intolerable. En su ausencia, un nuevo miembro<br />
<strong>de</strong> la comisión había <strong>de</strong>saparecido. No eran ya sino cuatro. Se sintieron<br />
ridícu<strong>los</strong>, con la cara lívida; mirándose, durante horas, sin <strong>de</strong>cir nada. Y<br />
a<strong>de</strong>más tenían un miedo atroz <strong>de</strong> pasar una segunda noche en la terraza<br />
<strong>de</strong> la mansión <strong>de</strong> Valqueyras.<br />
<strong>Rougon</strong> <strong>de</strong>claró gravemente que, como la situación seguía igual, no había<br />
razón para continuar en sesión permanente. Si se producía algún<br />
acontecimiento grave, irían a avisar<strong>los</strong>. Y por medio <strong>de</strong> una <strong>de</strong>cisión<br />
<strong>de</strong>bidamente tomada en el concejo, <strong>de</strong>scargó sobre Roudier <strong>los</strong> cuidados<br />
<strong>de</strong> su administración. El pobre Roudier, que se acordaba <strong>de</strong> haber sido<br />
guardia nacional en París, bajo Luis Felipe, velaba en la puerta Gran<strong>de</strong>,<br />
con convicción.<br />
Pierre volvió a casa con las orejas gachas, hundiéndose en la sombra <strong>de</strong><br />
las casas. Sentía que a su alre<strong>de</strong>dor Plassans se le volvía hostil. Oía, en<br />
<strong>los</strong> grupos, correr su nombre, con palabras <strong>de</strong> cólera y <strong>de</strong> <strong>de</strong>sprecio.<br />
Tambaleándose y con las sienes sudorosas, subió la escalera. Félicité lo<br />
recibió en silencio, con semblante consternado. También ella comenzaba a<br />
<strong>de</strong>sesperar. Todo su sueño se <strong>de</strong>rrumbaba. Allí se quedaron, en el salón<br />
amarillo, cara a cara. El día caía, un día sucio <strong>de</strong> invierno que imprimía<br />
tonos borrosos al papel naranja <strong>de</strong> gran<strong>de</strong>s rameados; nunca la pieza<br />
había parecido más ajada, más sórdida, más vergonzante. Y en aquella<br />
hora, estaban so<strong>los</strong>; ya no tenían, como la víspera, un tropel <strong>de</strong><br />
cortesanos que <strong>los</strong> felicitaban. Un día acababa <strong>de</strong> bastar para vencer<strong>los</strong>,<br />
en el momento en que cantaban victoria. Si al día siguiente no cambiaba la<br />
situación, la partida estaba perdida. Felicité, que la víspera soñaba con las<br />
llanuras <strong>de</strong> Austerlitz, al mirar las ruinas <strong>de</strong>l salón amarillo pensaba ahora,<br />
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