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La fortuna de los Rougon - Emile Zola

Historia natural y social de una familia bajo el Segundo Imperio. Y el primer episodio, La fortuna de los Rougon, debe llamarse con su título científico: Los orígenes. ÉMILE ZOLA

Historia natural y social de una familia bajo el Segundo Imperio. Y el primer episodio, La fortuna de los Rougon, debe llamarse con su título científico: Los orígenes.
ÉMILE ZOLA

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había casado con <strong>Rougon</strong>, ciertamente, bajo el régimen <strong>de</strong> comunidad <strong>de</strong><br />

bienes; pero como toda la <strong>fortuna</strong> consistía en bienes raíces, la joven,<br />

según la ley, había vuelto a entrar en posesión <strong>de</strong> esa <strong>fortuna</strong> a la muerte<br />

<strong>de</strong> su marido; por otra parte, Macquart y Adélaï<strong>de</strong> habían reconocido a sus<br />

hijos, que por lo tanto <strong>de</strong>bían heredar a su madre. Como único consuelo,<br />

Pierre se enteró <strong>de</strong> que el Código recortaba la parte <strong>de</strong> <strong>los</strong> bastardos en<br />

beneficio <strong>de</strong> <strong>los</strong> hijos legítimos. Eso no le consoló nada. Quería todo. No<br />

habría repartido ni medio franco con Ursule y Antoine. Esta incursión en<br />

las complicaciones <strong>de</strong>l Código le abrió nuevos horizontes, que son<strong>de</strong>ó con<br />

aire singularmente pensativo. Comprendió al punto que un hombre hábil<br />

<strong>de</strong>be poner siempre a la ley <strong>de</strong> su lado. Y he aquí lo que encontró, sin<br />

consultar a nadie, ni siquiera al ujier, a quien temía poner sobre aviso.<br />

Sabía que podía disponer <strong>de</strong> su madre como si fuera una cosa. Una<br />

mañana, la llevó a un notario y le hizo firmar una escritura <strong>de</strong> venta. Con<br />

tal <strong>de</strong> que él le <strong>de</strong>jara su cuchitril <strong>de</strong>l callejón <strong>de</strong> San Mittre, Adélaï<strong>de</strong><br />

hubiera vendido Plassans. Pierre le aseguraba, a<strong>de</strong>más, una renta anual<br />

<strong>de</strong> seiscientos francos, y le juraba por todos <strong>los</strong> dioses que velaría por sus<br />

hermanos. Tal juramento bastaba a la buena mujer. Le recitó al notario la<br />

lección que su hijo quiso apuntarle. Al día siguiente, el joven le hizo poner<br />

su nombre al pie <strong>de</strong> un recibo, en el cual reconocía haber recibido<br />

cincuenta mil francos, como precio <strong>de</strong>l cercado. Ése fue su golpe genial,<br />

una bribonada. Se contentó con <strong>de</strong>cirle a su madre, extrañada <strong>de</strong> tener<br />

que firmar semejante recibo, cuando no había visto un céntimo <strong>de</strong> <strong>los</strong><br />

cincuenta mil francos, que se trataba <strong>de</strong> una simple formalidad sin<br />

consecuencias. Al <strong>de</strong>slizar el papel en su bolsillo, pensaba: «Y ahora, que<br />

<strong>los</strong> lobeznos me pidan cuentas. Les diré que la vieja se lo comió todo.<br />

Nunca se atreverán a entablar un proceso» . Ocho días <strong>de</strong>spués, el muro<br />

medianero ya no existía, el arado había removido la tierra <strong>de</strong> <strong>los</strong> planteles<br />

<strong>de</strong> verduras; el cercado <strong>de</strong> <strong>los</strong> Fouque, <strong>de</strong> acuerdo con el <strong>de</strong>seo <strong>de</strong>l joven<br />

<strong>Rougon</strong>, iba a convertirse en un recuerdo legendario. Unos meses<br />

<strong>de</strong>spués, el propietario <strong>de</strong>l Jas-Meiffren mandó <strong>de</strong>moler incluso la vieja<br />

vivienda <strong>de</strong> <strong>los</strong> hortelanos, que se caía en ruinas.<br />

Cuando Pierre tuvo entre sus manos <strong>los</strong> cincuenta mil francos, se casó<br />

con Félicité Puech, en <strong>los</strong> plazos estrictamente necesarios. Félicité era una<br />

mujercita negra <strong>de</strong> esas que se ven en Provenza. Se hubiera dicho una <strong>de</strong><br />

esas cigarras pardas, estri<strong>de</strong>ntes, <strong>de</strong> vue<strong>los</strong> bruscos, que se golpean la<br />

cabeza contra <strong>los</strong> almendros. Flaca, <strong>de</strong> pecho plano, hombros<br />

puntiagudos, un rostro como el hocico <strong>de</strong> una garduña, singularmente<br />

hurgador y puntiagudo, no tenía edad; se le podían echar quince o treinta<br />

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