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La fortuna de los Rougon - Emile Zola

Historia natural y social de una familia bajo el Segundo Imperio. Y el primer episodio, La fortuna de los Rougon, debe llamarse con su título científico: Los orígenes. ÉMILE ZOLA

Historia natural y social de una familia bajo el Segundo Imperio. Y el primer episodio, La fortuna de los Rougon, debe llamarse con su título científico: Los orígenes.
ÉMILE ZOLA

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tiempos en el arrabal, hurgó en el pasado <strong>de</strong> <strong>los</strong> <strong>Rougon</strong>. Habló<br />

vagamente, con las vacilaciones <strong>de</strong> una memoria que se pier<strong>de</strong>, <strong>de</strong>l<br />

cercado <strong>de</strong> <strong>los</strong> Fouque, <strong>de</strong> Adélaï<strong>de</strong>, <strong>de</strong> sus amores con un<br />

contrabandista. Dijo lo bastante para dar a <strong>los</strong> comadreos un nuevo<br />

impulso. Los conversadores se acercaron; las palabras «canallas»,<br />

«ladrones», «intrigantes <strong>de</strong>scarados», ascendían hasta la persiana tras la<br />

cual Pierre y Félicité rezumaban miedo y cólera. En la plaza llegaron a<br />

compa<strong>de</strong>cer a Macquart. Fue el golpe postrero. Ayer <strong>Rougon</strong> era un Bruto,<br />

un alma estoica que sacrificaba a la patria sus afectos; hoy <strong>Rougon</strong> no era<br />

sino un vil ambicioso que pasaba sobre el vientre <strong>de</strong> su pobre hermano, y<br />

se servía <strong>de</strong> él como <strong>de</strong> un escalón para llegar a la <strong>fortuna</strong>.<br />

—¿Estás oyendo, estás oyendo? —murmuraba Pierre con voz ahogada—.<br />

¡Ah, qué bergantes!, nos matan; jamás nos levantaremos <strong>de</strong> ésta.<br />

Félicité, furiosa, tamborileaba en la persiana con la punta <strong>de</strong> sus <strong>de</strong>dos<br />

crispados, y respondía:<br />

—Déja<strong>los</strong> que hablen, ea. Si volvemos a ser <strong>los</strong> más fuertes, verán cómo<br />

me las gasto. Sé <strong>de</strong> dón<strong>de</strong> viene el golpe. <strong>La</strong> ciudad nueva nos odia.<br />

Estaba en lo cierto. <strong>La</strong> brusca impopularidad <strong>de</strong> <strong>los</strong> <strong>Rougon</strong> era obra <strong>de</strong> un<br />

grupo <strong>de</strong> abogados que se hallaban muy vejados por la importancia que<br />

había asumido un ex comerciante <strong>de</strong> aceite, iletrado, y cuya casa había<br />

estado al bor<strong>de</strong> <strong>de</strong> la quiebra. El barrio <strong>de</strong> San Marcos, <strong>de</strong>s<strong>de</strong> hacía dos<br />

días, estaba como muerto. El barrio viejo y la ciudad nueva eran lo único<br />

que quedaba. Esta última había aprovechado el pánico para per<strong>de</strong>r al<br />

salón amarillo en el ánimo <strong>de</strong> <strong>los</strong> comerciantes y <strong>de</strong> <strong>los</strong> obreros. Roudier y<br />

Granoux eran excelentes hombres, honorables ciudadanos, a quienes<br />

esos intrigantes <strong>de</strong> <strong>los</strong> <strong>Rougon</strong> engañaban. Les abrirían <strong>los</strong> ojos. En vez<br />

<strong>de</strong> aquel gordo barrigudo, <strong>de</strong> aquel bribón que no tenía un céntimo, ¿no<br />

habría <strong>de</strong>bido sentarse en el sillón <strong>de</strong>l alcal<strong>de</strong> Isidore Granoux? Los<br />

envidiosos partían <strong>de</strong> eso para reprochar a <strong>Rougon</strong> todos <strong>los</strong> actos <strong>de</strong> su<br />

administración, que databa sólo <strong>de</strong> la víspera. No habría <strong>de</strong>bido conservar<br />

la antigua corporación; había cometido una solemne tontería al mandar<br />

cerrar las puertas; por culpa <strong>de</strong> su necedad cinco concejales miembros<br />

habían cogido una pleuresía en la terraza <strong>de</strong> la mansión <strong>de</strong> Valqueyras. Y<br />

no paraban <strong>de</strong> hablar. Los republicanos también alzaban la cabeza. Se<br />

hablaba <strong>de</strong> un posible golpe <strong>de</strong> mano, intentado por <strong>los</strong> obreros <strong>de</strong>l arrabal<br />

en la alcaldía. <strong>La</strong> reacción agonizaba.<br />

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