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La fortuna de los Rougon - Emile Zola

Historia natural y social de una familia bajo el Segundo Imperio. Y el primer episodio, La fortuna de los Rougon, debe llamarse con su título científico: Los orígenes. ÉMILE ZOLA

Historia natural y social de una familia bajo el Segundo Imperio. Y el primer episodio, La fortuna de los Rougon, debe llamarse con su título científico: Los orígenes.
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a la vez, tras haberle mirado largamente la cara, murmuraba que estaba<br />

<strong>de</strong>shonrado. Al frente <strong>de</strong> la columna seguían marchando <strong>los</strong> hombres <strong>de</strong><br />

Plassans, guiando a <strong>los</strong> <strong>de</strong>más; Miette, en primera fila, con Silvère a su<br />

izquierda, alzaba la ban<strong>de</strong>ra con mayor provocación <strong>de</strong>s<strong>de</strong> que notaba,<br />

tras las persianas cerradas, las miradas <strong>de</strong>spavoridas <strong>de</strong> <strong>los</strong> burgueses<br />

<strong>de</strong>spertados con sobresalto. Los insurgentes seguían con pru<strong>de</strong>nte lentitud<br />

las calles <strong>de</strong> Roma y <strong>de</strong> la Banne; en cada cruce temían ser recibidos a<br />

tiros <strong>de</strong> fusil, aunque conocían la índole tranquila <strong>de</strong> <strong>los</strong> habitantes. Pero la<br />

ciudad parecía muerta; apenas se oían en las ventanas exclamaciones<br />

ahogadas. Solamente se abrieron cinco o seis persianas; algún viejo<br />

rentista aparecía, en camisón, con una vela en la mano, inclinándose para<br />

ver mejor; <strong>de</strong>spués, en cuanto el hombre distinguía a la chicarrona roja<br />

que parecía arrastrar tras sí aquella multitud <strong>de</strong> <strong>de</strong>monios negros, cerraba<br />

precipitadamente su ventana, aterrado por esa aparición diabólica. El<br />

silencio <strong>de</strong> la ciudad dormida tranquilizó a <strong>los</strong> insurgentes, que se<br />

atrevieron a a<strong>de</strong>ntrarse por las callejas <strong>de</strong>l barrio viejo, y que llegaron así a<br />

la plaza <strong>de</strong>l Mercado y a la plaza <strong>de</strong>l Ayuntamiento, que una calle corta y<br />

ancha unía entre sí. <strong>La</strong>s dos plazas, plantadas <strong>de</strong> árboles entecos, se<br />

hallaban vivamente iluminadas por la luna. El edificio <strong>de</strong>l ayuntamiento,<br />

recién restaurado, formaba, en el bor<strong>de</strong> <strong>de</strong>l cielo claro, una gran mancha<br />

<strong>de</strong> cruda blancura sobre la cual el balcón <strong>de</strong>l primer piso recortaba en<br />

<strong>de</strong>lgadas líneas negras sus arabescos <strong>de</strong> hierro forjado. Se distinguían<br />

nítidamente varias personas <strong>de</strong> pie en ese balcón; el alcal<strong>de</strong>, el<br />

comandante Sicardot, tres o cuatro concejales, y otros funcionarios. Abajo,<br />

las puertas estaban cerradas. Los tres mil republicanos que llenaban las<br />

dos plazas se <strong>de</strong>tuvieron, levantando la cabeza, dispuestos a <strong>de</strong>rribar las<br />

puertas <strong>de</strong> un empujón.<br />

<strong>La</strong> llegada <strong>de</strong> la columna insurrecta a semejantes horas sorprendía a las<br />

autorida<strong>de</strong>s <strong>de</strong> improviso. Antes <strong>de</strong> dirigirse a la alcaldía, el comandante<br />

Sicardot se había tomado el tiempo <strong>de</strong> ir a vestirse <strong>de</strong> uniforme. Hubo que<br />

correr en seguida a <strong>de</strong>spertar al alcal<strong>de</strong>. Cuando el guarda <strong>de</strong> la puerta <strong>de</strong><br />

Roma, a quien <strong>los</strong> insurgentes <strong>de</strong>jaron en libertad, acudió a anunciar que<br />

<strong>los</strong> criminales estaban en la ciudad, el comandante aún no había reunido a<br />

duras penas más que unos veinte guardias nacionales. Los gendarmes,<br />

cuyo cuartel estaba cercano, sin embargo, no pudieron ser avisados<br />

siquiera. Debieron <strong>de</strong> cerrar las puertas a toda prisa para <strong>de</strong>liberar. Cinco<br />

minutos <strong>de</strong>spués, un fragor sordo y continuo anunciaba la proximidad <strong>de</strong> la<br />

columna.<br />

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