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La fortuna de los Rougon - Emile Zola

Historia natural y social de una familia bajo el Segundo Imperio. Y el primer episodio, La fortuna de los Rougon, debe llamarse con su título científico: Los orígenes. ÉMILE ZOLA

Historia natural y social de una familia bajo el Segundo Imperio. Y el primer episodio, La fortuna de los Rougon, debe llamarse con su título científico: Los orígenes.
ÉMILE ZOLA

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persona <strong>de</strong>sesperada, y se puso a sollozar muy alto.<br />

—¡Eh! ¿Qué te pasa, por qué lloras? —preguntó Pierre <strong>de</strong>spertando<br />

bruscamente. Ella no respondió, lloró más amargamente—. Por favor,<br />

contesta —prosiguió su marido, a quien aquella muda <strong>de</strong>sesperación<br />

espantaba—. ¿A dón<strong>de</strong> has ido? ¿Has visto a <strong>los</strong> insurrectos?<br />

Ella hizo un gesto negativo; <strong>de</strong>spués, con voz apagada:<br />

—Vengo <strong>de</strong> la mansión <strong>de</strong> Valqueyras —murmuro—. Quería pedirle<br />

consejo al señor <strong>de</strong> Carnavant. ¡Ah!, mi pobre amigo, todo está perdido.<br />

Pierre se sentó, palidísimo. Su cuello <strong>de</strong> toro que aparecía por el camisón<br />

<strong>de</strong>sabrochado, sus carnes blandas estaban hinchadas por el miedo. Y, en<br />

medio <strong>de</strong> la cama <strong>de</strong>shecha, se <strong>de</strong>splomaba como una figurilla china,<br />

lívido y llorón.<br />

—El marqués —continuó Felicité— cree que el príncipe Luis ha<br />

sucumbido; estamos arruinados, jamás tendremos un céntimo.<br />

Entonces, como suele ocurrir con <strong>los</strong> cobar<strong>de</strong>s, Pierre se enfureció. <strong>La</strong><br />

culpa era <strong>de</strong>l marqués, la culpa era <strong>de</strong> su mujer, <strong>de</strong> toda su familia. ¿Es<br />

que él pensaba en la política, él, cuando el señor <strong>de</strong> Carnavant y Felicité lo<br />

habían lanzado a tales tonterías?<br />

—Yo me lavo las manos —gritó—. Sois vosotros dos quienes habéis<br />

hecho una idiotez. ¿Es que no era más pru<strong>de</strong>nte comernos tranquilamente<br />

nuestras rentas? Tú, tú siempre has querido dominar. Y ya ves a dón<strong>de</strong><br />

nos ha conducido eso. —Perdía la cabeza, ya no recordaba que se había<br />

mostrado tan ávido como su mujer. Sólo experimentaba un inmenso<br />

<strong>de</strong>seo, el <strong>de</strong> aliviar su cólera acusando a <strong>los</strong> <strong>de</strong>más <strong>de</strong> su <strong>de</strong>rrota—. Y,<br />

a<strong>de</strong>más —continuó—, ¡es que no podíamos triunfar con hijos como <strong>los</strong><br />

nuestros! Eugène nos abandona en el instante <strong>de</strong>cisivo; Aristi<strong>de</strong> nos ha<br />

arrastrado por el fango, y sólo faltaba para comprometernos ese inocente<br />

<strong>de</strong> Pascal, haciendo filantropía en pos <strong>de</strong> <strong>los</strong> insurrectos… ¡Y pensar que<br />

nos hemos quedado sin blanca por darles estudios!<br />

Empleaba, en su exasperación, palabras que no usaba jamás. Felicité,<br />

viendo que recobraba el aliento, le dijo suavemente:<br />

—Olvidas a Macquart.<br />

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