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La fortuna de los Rougon - Emile Zola

Historia natural y social de una familia bajo el Segundo Imperio. Y el primer episodio, La fortuna de los Rougon, debe llamarse con su título científico: Los orígenes. ÉMILE ZOLA

Historia natural y social de una familia bajo el Segundo Imperio. Y el primer episodio, La fortuna de los Rougon, debe llamarse con su título científico: Los orígenes.
ÉMILE ZOLA

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príncipe Luis Bonaparte contaba con sus simpatías, en este asunto. Hubo<br />

entonces, entre él y el comandante, un intercambio <strong>de</strong> cortas frases que<br />

ensalzaban las excelentes intenciones <strong>de</strong>l presi<strong>de</strong>nte y que se hubiera<br />

dicho preparadas y aprendidas <strong>de</strong> antemano. Por primera vez, el<br />

bonapartismo entraba abiertamente en el salón amarillo. Por lo <strong>de</strong>más,<br />

tras la elección <strong>de</strong>l 10 <strong>de</strong> diciembre, el príncipe era tratado allí con cierta<br />

suavidad. Se le prefería mil veces a Cavaignac, y toda la banda<br />

reaccionaria había votado por él. Pero lo miraban más como a un cómplice<br />

que como a un amigo; todavía <strong>de</strong>sconfiaban <strong>de</strong> aquel cómplice, a quien<br />

empezaban a acusar <strong>de</strong> quererse guardar para sí las castañas tras<br />

haberlas sacado <strong>de</strong>l fuego. Esa tar<strong>de</strong>, sin embargo, gracias a la campaña<br />

<strong>de</strong> Roma, escucharon favorablemente <strong>los</strong> elogios <strong>de</strong> Pierre y <strong>de</strong>l<br />

comandante.<br />

El grupo <strong>de</strong> Granoux y <strong>de</strong> Roudier pedía ya que el presi<strong>de</strong>nte mandase<br />

fusilar a todos esos criminales republicanos. El marqués, apoyado en la<br />

chimenea, miraba con aire meditabundo un rosetón <strong>de</strong>steñido <strong>de</strong> la<br />

alfombra. Cuando por fin alzó la cabeza, Pierre, que parecía seguir a<br />

hurtadillas en su rostro el efecto <strong>de</strong> sus palabras, enmu<strong>de</strong>ció súbitamente.<br />

El señor <strong>de</strong> Carnavant se contentó con sonreír mirando a Félicité con aire<br />

astuto. Este rápido juego se les escapó a <strong>los</strong> burgueses que se<br />

encontraban allí. Sólo Vuillet dijo con voz agria:<br />

—Me gustaría más ver a su Bonaparte en Londres que en París. Nuestros<br />

asuntos marcharían más rápidos.<br />

El ex comerciante <strong>de</strong> aceite pali<strong>de</strong>ció ligeramente, temeroso <strong>de</strong> haberse<br />

<strong>de</strong>scubierto en <strong>de</strong>masía:<br />

—No quiero a «mi» Bonaparte —dijo con bastante firmeza— ya sabe<br />

usted adón<strong>de</strong> lo mandaría, si en mi mano estuviera; digo simplemente que<br />

la expedición <strong>de</strong> Roma es una buena cosa.<br />

Felicité había seguido esta escena con un curioso asombro. No habló <strong>de</strong><br />

ella con su marido, lo cual probaba que la tomó como base <strong>de</strong> un secreto<br />

trabajo <strong>de</strong> intuición. <strong>La</strong> sonrisa <strong>de</strong>l marqués, cuyo sentido exacto se le<br />

escapaba, le daba mucho que pensar.<br />

A partir <strong>de</strong> ese día, <strong>Rougon</strong>, <strong>de</strong> cuando en cuando, si se presentaba la<br />

ocasión, <strong>de</strong>slizaba una frase en favor <strong>de</strong>l presi<strong>de</strong>nte <strong>de</strong> la República. Esas<br />

tar<strong>de</strong>s, el comandante Sicardot <strong>de</strong>sempeñaba el papel <strong>de</strong> un compadre<br />

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