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La fortuna de los Rougon - Emile Zola

Historia natural y social de una familia bajo el Segundo Imperio. Y el primer episodio, La fortuna de los Rougon, debe llamarse con su título científico: Los orígenes. ÉMILE ZOLA

Historia natural y social de una familia bajo el Segundo Imperio. Y el primer episodio, La fortuna de los Rougon, debe llamarse con su título científico: Los orígenes.
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que pudiera distraerlo. Pero ya no sabía. ¿Adón<strong>de</strong> lo llevaba Felicité? ¿Se<br />

había acabado, o tendría que matar a más gente? El miedo volvía a<br />

asaltarlo, le entraban dudas terribles, veía la cinta <strong>de</strong> murallas rota por<br />

todas partes por el ejército vengador <strong>de</strong> <strong>los</strong> republicanos, cuando un gran<br />

grito: «¡Los insurrectos! ¡Los insurrectos!» estalló bajo las ventanas <strong>de</strong> la<br />

alcaldía. Se levantó <strong>de</strong> un salto y, alzando una cortina, miró al gentío que<br />

corría, enloquecido, por la plaza. Ante este rayo, en menos <strong>de</strong> un segundo<br />

se vio arruinado, saqueado, asesinado; maldijo a su mujer, maldijo a la<br />

ciudad entera. Y cuando miraba a sus espaldas con aire torvo, buscando<br />

una salida, oyó al gentío estallar en aplausos, lanzar gritos <strong>de</strong> gozo,<br />

estremecer <strong>los</strong> cristales con su alegría loca. Volvió a la ventana: las<br />

mujeres agitaban sus pañue<strong>los</strong>, <strong>los</strong> hombres se abrazaban; había quienes<br />

se cogían <strong>de</strong> la mano y bailaban. Atónito, allí se quedó, sin enten<strong>de</strong>r nada,<br />

sintiendo que la cabeza le daba vueltas. A su alre<strong>de</strong>dor, la gran alcaldía,<br />

silenciosa y <strong>de</strong>sierta, lo espantaba.<br />

<strong>Rougon</strong>, cuando se confesó con Felicité, jamás pudo <strong>de</strong>cirle cuánto tiempo<br />

había durado su suplicio. Recordó solamente que un ruido <strong>de</strong> pasos,<br />

<strong>de</strong>spertando <strong>los</strong> ecos <strong>de</strong> las vastas salas, lo había sacado <strong>de</strong> su estupor.<br />

Esperaba hombres con blusas, amados <strong>de</strong> hoces y garrotes, y fue la<br />

comisión municipal la que entró, correcta, con fraques negros, radiante. No<br />

faltaba ni un miembro. Una feliz noticia había sanado a todos aquel<strong>los</strong><br />

señores a la vez. Granoux se arrojó en <strong>los</strong> brazos <strong>de</strong> su querido presi<strong>de</strong>nte.<br />

—¡Los soldados! —tartamu<strong>de</strong>ó—, ¡<strong>los</strong> soldados!<br />

Un regimiento acababa <strong>de</strong> llegar, en efecto, a las ór<strong>de</strong>nes <strong>de</strong>l coronel<br />

Masson y <strong>de</strong>l señor <strong>de</strong> Blériot, prefecto <strong>de</strong>l <strong>de</strong>partamento. Los fusiles<br />

vistos <strong>de</strong>s<strong>de</strong> las murallas, a lo lejos en la llanura, habían hecho pensar al<br />

principio en la proximidad <strong>de</strong> <strong>los</strong> insurrectos. <strong>La</strong> emoción <strong>de</strong> <strong>Rougon</strong> fue<br />

tan intensa que por sus mejillas corrieron gruesas lágrimas. ¡Lloraba, el<br />

gran ciudadano! <strong>La</strong> comisión municipal miró caer esas lágrimas con<br />

respetuosa admiración. Pero Granoux se arrojó <strong>de</strong> nuevo al cuello <strong>de</strong> su<br />

amigo, gritando:<br />

—¡Ah, qué feliz soy!… Ya sabe usted que soy hombre sincero, sí. ¡Pues<br />

bien!, todos teníamos miedo, ¿verdad, caballeros? Sólo usted ha sido<br />

gran<strong>de</strong>, valiente, sublime. ¡Cuánta energía ha <strong>de</strong>bido <strong>de</strong> precisar! Se lo<br />

<strong>de</strong>cía hace un rato a mi mujer: <strong>Rougon</strong> es un gran hombre, merece ser<br />

con<strong>de</strong>corado.<br />

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