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La fortuna de los Rougon - Emile Zola

Historia natural y social de una familia bajo el Segundo Imperio. Y el primer episodio, La fortuna de los Rougon, debe llamarse con su título científico: Los orígenes. ÉMILE ZOLA

Historia natural y social de una familia bajo el Segundo Imperio. Y el primer episodio, La fortuna de los Rougon, debe llamarse con su título científico: Los orígenes.
ÉMILE ZOLA

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pequeño patio, situado <strong>de</strong>trás <strong>de</strong> la casa, y en el cual se encontraba un<br />

pozo. A la izquierda <strong>de</strong>l pasillo estaba la habitación <strong>de</strong> tía Di<strong>de</strong>, una<br />

estrecha pieza amueblada con una cama <strong>de</strong> hierro y una silla; a la<br />

<strong>de</strong>recha, en una pieza más estrecha aún, don<strong>de</strong> quedaba el sitio justo<br />

para un catre <strong>de</strong> tijera, dormía Silvère, que había tenido que i<strong>de</strong>ar todo un<br />

sistema <strong>de</strong> tablas, que subían hasta el techo, para guardar cerca <strong>de</strong> sí sus<br />

queridos volúmenes <strong>de</strong>scabalados, comprados céntimo a céntimo en la<br />

tienda <strong>de</strong> un pren<strong>de</strong>ro <strong>de</strong> la vecindad. Por la noche, cuando leía, colgaba<br />

su lámpara <strong>de</strong> un clavo, a la cabecera <strong>de</strong> su cama. Si a su abuela le<br />

entraba una crisis, sólo tenía, al primer estertor, que dar un salto para<br />

estar junto a ella.<br />

<strong>La</strong> vida <strong>de</strong>l joven siguió siendo la <strong>de</strong>l niño. En aquel rincón perdido hizo<br />

caber toda su existencia. Experimentaba la repugnancia <strong>de</strong> su padre por<br />

las tabernas y <strong>los</strong> callejeos <strong>de</strong>l domingo. Sus compañeros herían su<br />

<strong>de</strong>lica<strong>de</strong>za con sus alegrías brutales. Prefería leer, romperse la cabeza<br />

con cualquier problema sencillísimo <strong>de</strong> geometría. Des<strong>de</strong> que tía Di<strong>de</strong> le<br />

encargaba <strong>los</strong> pequeños recados <strong>de</strong> la casa, ella no salía, vivía incluso<br />

ajena a su familia. A veces, el joven pensaba en este abandono; miraba a<br />

la pobre vieja que vivía a dos pasos <strong>de</strong> sus hijos, y a quien éstos trataban<br />

<strong>de</strong> olvidar, como si estuviera muerta; entonces la amaba aún más, la<br />

amaba por él y por <strong>los</strong> otros. Si tenía, a veces, una vaga conciencia <strong>de</strong> que<br />

tía Di<strong>de</strong> expiaba antiguas faltas, pensaba: «Yo he nacido para perdonarla».<br />

En semejante espíritu, ardiente y contenido, las i<strong>de</strong>as republicanas se<br />

exaltaron con naturalidad. Silvère, <strong>de</strong> noche, en el fondo <strong>de</strong> su cuchitril,<br />

leía y releía un volumen <strong>de</strong> Rousseau, que había <strong>de</strong>scubierto en casa <strong>de</strong>l<br />

pren<strong>de</strong>ro vecino, entre viejas cerraduras. Esa lectura lo tenía <strong>de</strong>spierto<br />

hasta la madrugada. En el sueño caro para <strong>los</strong> <strong>de</strong>sdichados <strong>de</strong> la felicidad<br />

universal, las palabras <strong>de</strong> libertad, <strong>de</strong> igualdad, <strong>de</strong> fraternidad, sonaban en<br />

sus oídos con ese ruido sonoro y sagrado <strong>de</strong> las campanas que hace caer<br />

<strong>de</strong> rodillas a <strong>los</strong> fieles. Por eso, cuando se enteró <strong>de</strong> que en Francia<br />

acababa <strong>de</strong> ser proclamada la República, creyó que todo el mundo iba a<br />

vivir con celestial beatitud. Su instrucción a medias le permitía ver más<br />

lejos que <strong>los</strong> otros obreros, sus aspiraciones no se <strong>de</strong>tenían en el pan <strong>de</strong><br />

cada día; pero su profunda ingenuidad, su total <strong>de</strong>sconocimiento <strong>de</strong> <strong>los</strong><br />

hombres, lo mantenían en pleno sueño teórico, en medio <strong>de</strong> un Edén<br />

don<strong>de</strong> reinaba la eterna justicia. Su paraíso fue durante mucho tiempo un<br />

lugar <strong>de</strong> <strong>de</strong>licias, en el cual se ensimismó. Cuando creyó percibir que no<br />

todo iba bien en la mejor <strong>de</strong> las repúblicas, experimentó un inmenso dolor;<br />

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