04.01.2019 Views

La fortuna de los Rougon - Emile Zola

Historia natural y social de una familia bajo el Segundo Imperio. Y el primer episodio, La fortuna de los Rougon, debe llamarse con su título científico: Los orígenes. ÉMILE ZOLA

Historia natural y social de una familia bajo el Segundo Imperio. Y el primer episodio, La fortuna de los Rougon, debe llamarse con su título científico: Los orígenes.
ÉMILE ZOLA

SHOW MORE
SHOW LESS

Create successful ePaper yourself

Turn your PDF publications into a flip-book with our unique Google optimized e-Paper software.

las calles, habían llenado <strong>los</strong> oídos <strong>de</strong> ruidos tan terroríficos que la gran<br />

mayoría soñó siempre con una batalla gigantesca, entablada con un<br />

número incalculable <strong>de</strong> enemigos. Cuando <strong>los</strong> vencedores, engrosando la<br />

cifra <strong>de</strong> sus adversarios por una instintiva jactancia, hablaron <strong>de</strong> unos<br />

quinientos hombres, la gente protestó; <strong>los</strong> burgueses pretendieron haberse<br />

asomado a la ventana y haber visto pasar durante más <strong>de</strong> una hora<br />

nutridas oleadas <strong>de</strong> fugitivos. Todo el mundo, a<strong>de</strong>más, había oído correr a<br />

<strong>los</strong> bandidos bajo <strong>los</strong> balcones. Jamás quinientos hombres hubieran<br />

podido <strong>de</strong>spertar así a una ciudad sobresaltada. Era un ejército, un<br />

auténtico ejército, al que la valiente milicia <strong>de</strong> Plassans había hecho<br />

meterse bajo tierra. Esta frase que pronunció <strong>Rougon</strong>: «Se han metido<br />

bajo tierra», pareció <strong>de</strong> una gran precisión, pues <strong>los</strong> retenes, encargados<br />

<strong>de</strong> <strong>de</strong>fen<strong>de</strong>r las murallas, juraron siempre por todos <strong>los</strong> dioses que ni un<br />

solo hombre había entrado ni salido, lo cual añadió al hecho <strong>de</strong> armas una<br />

pizca <strong>de</strong> misterio, una i<strong>de</strong>a <strong>de</strong> diab<strong>los</strong> cornudos abismándose en las<br />

llamas, que acabó <strong>de</strong> trastornar las imaginaciones. Es cierto que <strong>los</strong><br />

retenes evitaron contar sus furiosos trotes. Así la gente más razonable se<br />

aferró a la i<strong>de</strong>a <strong>de</strong> que una banda <strong>de</strong> insurgentes había entrado<br />

probablemente por una brecha, por un boquete cualquiera. Más a<strong>de</strong>lante<br />

se difundieron rumores <strong>de</strong> traición, se habló <strong>de</strong> una emboscada; sin duda<br />

<strong>los</strong> hombres llevados por Macquart al mata<strong>de</strong>ro no pudieron callar la atroz<br />

verdad; pero reinaba aún tal terror, la vista <strong>de</strong> la sangre había lanzado a la<br />

reacción a tal número <strong>de</strong> cobar<strong>de</strong>s que se atribuyeron esos temores a la<br />

rabia <strong>de</strong> <strong>los</strong> republicanos vencidos. Se pretendió, por otra parte, que<br />

Macquart era prisionero <strong>de</strong> <strong>Rougon</strong>, y que éste lo guardaba en un<br />

calabozo húmedo, don<strong>de</strong> lo <strong>de</strong>jaba morirse lentamente <strong>de</strong> hambre. Este<br />

horrible cuento hizo que la gente saludara a <strong>Rougon</strong> inclinándose hasta el<br />

suelo.<br />

Fue así como ese ser grotesco, ese burgués barrigudo, blando y pálido, se<br />

convirtió en una noche en un terrible señor <strong>de</strong> quien nadie osó reírse más.<br />

Había metido un pie en la sangre. <strong>La</strong> población <strong>de</strong>l barrio viejo permaneció<br />

muda <strong>de</strong> espanto ante <strong>los</strong> muertos. Pero hacia las diez, cuando la gente<br />

bien <strong>de</strong> la ciudad nueva llegó, la plaza se llenó <strong>de</strong> conversaciones sordas,<br />

<strong>de</strong> exclamaciones ahogadas. Se hablaba <strong>de</strong>l otro ataque, <strong>de</strong> aquella toma<br />

<strong>de</strong> la alcaldía, en la cual el único herido había sido un espejo; y esta vez<br />

ya no bromeaban sobre <strong>Rougon</strong>, lo nombraban con <strong>de</strong>spavorido respeto;<br />

era realmente un héroe, un salvador. Los cadáveres, con <strong>los</strong> ojos abiertos,<br />

miraban a aquel<strong>los</strong> señores, abogados y rentistas, que temblaban al<br />

susurrar que la guerra civil tiene muy tristes exigencias. El notario, jefe <strong>de</strong><br />

274

Hooray! Your file is uploaded and ready to be published.

Saved successfully!

Ooh no, something went wrong!