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La fortuna de los Rougon - Emile Zola

Historia natural y social de una familia bajo el Segundo Imperio. Y el primer episodio, La fortuna de los Rougon, debe llamarse con su título científico: Los orígenes. ÉMILE ZOLA

Historia natural y social de una familia bajo el Segundo Imperio. Y el primer episodio, La fortuna de los Rougon, debe llamarse con su título científico: Los orígenes.
ÉMILE ZOLA

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<strong>La</strong> vanidosa mujercita sufría horriblemente con este escándalo. Incluso<br />

alguna vez, por esa época, lamentó en secreto haberse casado con<br />

<strong>Rougon</strong>; este último tenía una familia <strong>de</strong>masiado terrible. Lo habría dado<br />

todo por que Antoine <strong>de</strong>jara <strong>de</strong> pasear sus harapos. Pero Pierre, a quien la<br />

conducta <strong>de</strong> su hermano enloquecía, ni siquiera quería que se pronunciara<br />

su nombre <strong>de</strong>lante <strong>de</strong> él. Cuando su mujer le daba a enten<strong>de</strong>r que quizá<br />

valdría más <strong>de</strong>sembarazarse <strong>de</strong> él dándole algunos francos:<br />

—No, nada, ni un ochavo —gritaba con furor—. ¡Qué reviente!<br />

Sin embargo, él mismo terminó por confesar que la actitud <strong>de</strong> Antoine<br />

resultaba intolerable. Un día, Felicité, queriendo acabar, llamó a aquel<br />

hombre, como lo <strong>de</strong>nominaba haciendo una mueca <strong>de</strong>s<strong>de</strong>ñosa. «Aquel<br />

hombre» estaba motejándola <strong>de</strong> tunanta en medio <strong>de</strong> la calle, en<br />

compañía <strong>de</strong> un camarada todavía más andrajoso que él. Ambos estaban<br />

trompas.<br />

—Ven, nos llaman <strong>de</strong>s<strong>de</strong> ahí <strong>de</strong>ntro —dijo Antoine a su compañero con<br />

voz <strong>de</strong> guasa.<br />

Félicité retrocedió murmurando:<br />

—Queremos hablar sólo con usted.<br />

—¡Bah! —respondió el joven—, mi camarada es un buen chico. Pue<strong>de</strong><br />

oírlo todo. Es mi testigo.<br />

El testigo se sentó con todo su peso en una silla. No se <strong>de</strong>stocó y empezó<br />

a mirar a su alre<strong>de</strong>dor, con esa sonrisa embrutecida <strong>de</strong> <strong>los</strong> borrachos y <strong>de</strong><br />

la gente grosera que se siente insolente. Félicité, avergonzada, se colocó<br />

<strong>de</strong>lante <strong>de</strong> la puerta <strong>de</strong> la tienda, para que no vieran <strong>de</strong>s<strong>de</strong> fuera a la<br />

singular compañía que recibía. Felizmente su marido llegó en su ayuda.<br />

Una violenta disputa se entabló entre él y su hermano. Este último, cuya<br />

lengua espesa se trabucaba en <strong>los</strong> insultos, repitió más <strong>de</strong> veinte veces<br />

<strong>los</strong> mismos agravios. Incluso acabó echándose a llorar, y faltó poco para<br />

que su emoción se contagiara a su camarada. Pierre se había <strong>de</strong>fendido<br />

<strong>de</strong> una forma muy digna.<br />

—Veamos —dijo por fin—, es usted <strong>de</strong>sgraciado y me da lástima. Aunque<br />

me ha insultado cruelmente, no olvido que tenemos la misma madre. Pero,<br />

si le doy algo, sepa que lo hago por pura bondad y no por miedo…<br />

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