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La fortuna de los Rougon - Emile Zola

Historia natural y social de una familia bajo el Segundo Imperio. Y el primer episodio, La fortuna de los Rougon, debe llamarse con su título científico: Los orígenes. ÉMILE ZOLA

Historia natural y social de una familia bajo el Segundo Imperio. Y el primer episodio, La fortuna de los Rougon, debe llamarse con su título científico: Los orígenes.
ÉMILE ZOLA

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al verlo tan lúgubre y <strong>de</strong>sierto, en <strong>los</strong> campos malditos <strong>de</strong> Waterloo.<br />

Después, como su marido no <strong>de</strong>cía nada, ella fue maquinalmente a la<br />

ventana, a esa ventana don<strong>de</strong> había aspirado con <strong>de</strong>licia el incienso <strong>de</strong><br />

toda una subprefectura. Distinguió numerosos grupos abajo, en la plaza;<br />

cerró las persianas, al ver cabezas que se volvían hacia su casa, con el<br />

temor <strong>de</strong> ser abucheada. Se hablaba <strong>de</strong> el<strong>los</strong>, tuvo ese presentimiento.<br />

En el crepúsculo ascendían voces. Un abogado soltaba sus maledicencias<br />

con el tono <strong>de</strong> un litigante que triunfa.<br />

—Ya lo habla dicho yo, <strong>los</strong> insurgentes se han marchado por sí so<strong>los</strong>, y no<br />

pedirán permiso a <strong>los</strong> cuarenta y uno para regresar. ¡Los cuarenta y uno!<br />

¡Qué gran farsa! Yo creo que eran al menos doscientos.<br />

—Nada <strong>de</strong> eso —dijo un grueso comerciante, tratante <strong>de</strong> aceite y gran<br />

político—, quizá no llegaban a diez. Porque, a fin <strong>de</strong> cuentas, no han<br />

luchado; habríamos visto la sangre por la mañana. Yo, yo en persona, fui<br />

al ayuntamiento a ver; el patio estaba tan limpio como mi mano.<br />

Un obrero que se colaba tímidamente en el grupo agregó:<br />

—No había que ser muy listo para tomar el ayuntamiento. <strong>La</strong> puerta ni<br />

siquiera estaba cerrada. —Unas risas acogieron esta frase, y el obrero, al<br />

verse alentado, prosiguió—: Los <strong>Rougon</strong>, ya se sabe, no son gran cosa.<br />

Este insulto fue a herir a Felicité en el corazón. <strong>La</strong> ingratitud <strong>de</strong> aquel<br />

pueblo la afligía, pues había acabado por creer ella misma en la misión <strong>de</strong><br />

<strong>los</strong> <strong>Rougon</strong>. Llamó a su marido; quiso que recibiera una lección sobre la<br />

inestabilidad <strong>de</strong>l vulgo.<br />

—Es como su espejo —continuó el abogado—; ¡pues no han armado ruido<br />

con ese <strong>de</strong>sdichado espejo roto! Uste<strong>de</strong>s saben que <strong>Rougon</strong> es muy<br />

capaz <strong>de</strong> haberle disparado un tiro, para hacer creer en una batalla.<br />

Pierre retuvo un grito <strong>de</strong> dolor. Ya ni siquiera creían en su espejo. Pronto<br />

llegarían hasta preten<strong>de</strong>r que no había oído silbar una bala en su oreja. <strong>La</strong><br />

leyenda <strong>de</strong> <strong>los</strong> <strong>Rougon</strong> se borraría, no quedaría nada <strong>de</strong> su gloria. Pero<br />

aun no había llegado al final <strong>de</strong> su calvario. Los grupos se ensañaban tan<br />

agriamente como habían aplaudido la víspera. Un ex fabricante <strong>de</strong><br />

sombreros, un anciano <strong>de</strong> setenta años, cuya fábrica se encontraba en<br />

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