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La fortuna de los Rougon - Emile Zola

Historia natural y social de una familia bajo el Segundo Imperio. Y el primer episodio, La fortuna de los Rougon, debe llamarse con su título científico: Los orígenes. ÉMILE ZOLA

Historia natural y social de una familia bajo el Segundo Imperio. Y el primer episodio, La fortuna de los Rougon, debe llamarse con su título científico: Los orígenes.
ÉMILE ZOLA

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aquella fruta con muecas <strong>de</strong> asco; pero <strong>los</strong> chiquil<strong>los</strong> <strong>de</strong>l arrabal no tenían<br />

esas <strong>de</strong>lica<strong>de</strong>zas, y escalaban <strong>los</strong> muros, en pandilla, por la tar<strong>de</strong>, con el<br />

crepúsculo, para robar las peras antes aún <strong>de</strong> que estuviesen maduras.<br />

<strong>La</strong> ardiente vida <strong>de</strong> las hierbas y <strong>de</strong> <strong>los</strong> árboles pronto <strong>de</strong>voró toda la<br />

muerte <strong>de</strong>l viejo cementerio <strong>de</strong> San Mittre; la podredumbre humana se la<br />

comieron ávidamente flores y frutas, y sucedió que, al pasar por aquella<br />

cloaca, ya no se sentía sino el penetrante aroma <strong>de</strong> <strong>los</strong> alhelíes silvestres.<br />

Fue sólo cuestión <strong>de</strong> algunos veranos.<br />

Por aquel entonces, la ciudad pensó en sacar partido <strong>de</strong> aquella propiedad<br />

comunal, que dormía inútil. Se <strong>de</strong>rribaron las tapias que bor<strong>de</strong>aban la<br />

carretera y el callejón sin salida, se arrancaron las hierbas y <strong>los</strong> perales.<br />

Después se trasladó el cementerio. Se excavó el suelo varios metros, y se<br />

amontonaron, en un rincón, las osamentas que la tierra tuvo a bien<br />

<strong>de</strong>volver. Durante cerca <strong>de</strong> un mes <strong>los</strong> chiquil<strong>los</strong>, que lloraban por <strong>los</strong><br />

perales, jugaron a <strong>los</strong> bo<strong>los</strong> con las calaveras; unos bromistas pesados<br />

colgaron, una noche, fémures y tibias <strong>de</strong> todos <strong>los</strong> cordones <strong>de</strong> las<br />

campanillas <strong>de</strong> la ciudad. Este escándalo, cuyo recuerdo conserva aún<br />

Plassans, sólo cesó el día en que <strong>de</strong>cidieron arrojar el montón <strong>de</strong> huesos<br />

en el fondo <strong>de</strong> un hoyo cavado en el nuevo cementerio. Pero, en<br />

provincias, las obras se hacen con pru<strong>de</strong>nte lentitud, y <strong>los</strong> habitantes<br />

vieron, durante una semana larga, un solo volquete que, <strong>de</strong> tar<strong>de</strong> en tar<strong>de</strong>,<br />

transportaba <strong>de</strong>spojos humanos, como si hubiera transportado cascotes.<br />

Lo peor era que el volquete tenía que cruzar Plassans <strong>de</strong> punta a punta, y<br />

que el mal pavimento <strong>de</strong> las calles le hacía diseminar, a cada bache,<br />

fragmentos <strong>de</strong> huesos y puñados <strong>de</strong> tierra feraz. Nada <strong>de</strong> ceremonias<br />

religiosas: un acarreo lento y brutal. Jamás una ciudad se sintió más<br />

asqueada.<br />

Durante varios años el terreno <strong>de</strong>l viejo cementerio <strong>de</strong> San Mittre siguió<br />

siendo motivo <strong>de</strong> espanto. Abierto al primero que llegase, al bor<strong>de</strong> <strong>de</strong> una<br />

carretera principal, siguió <strong>de</strong>sierto, presa <strong>de</strong> nuevo <strong>de</strong> <strong>los</strong> hierbajos. <strong>La</strong><br />

ciudad, que sin duda contaba con ven<strong>de</strong>rlo, y con ver edificar allí casas, no<br />

<strong>de</strong>bió <strong>de</strong> encontrar comprador; quizá el recuerdo <strong>de</strong>l montón <strong>de</strong> huesos y<br />

<strong>de</strong>l volquete yendo y viniendo por las calles, solitario, con la pesada<br />

terquedad <strong>de</strong> una pesadilla, echó para atrás a la gente; quizá haya que<br />

explicar el hecho por la pereza <strong>de</strong> la provincia, por esa repugnancia que<br />

experimenta a <strong>de</strong>struir o reconstruir. Lo cierto es que la ciudad conservó el<br />

terreno y acabó incluso olvidando su <strong>de</strong>seo <strong>de</strong> ven<strong>de</strong>rlo. Ni siquiera lo<br />

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