La fortuna de los Rougon - Emile Zola
Historia natural y social de una familia bajo el Segundo Imperio. Y el primer episodio, La fortuna de los Rougon, debe llamarse con su título científico: Los orígenes. ÉMILE ZOLA
Historia natural y social de una familia bajo el Segundo Imperio. Y el primer episodio, La fortuna de los Rougon, debe llamarse con su título científico: Los orígenes.
ÉMILE ZOLA
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<strong>de</strong>l arrabal. Había ahora una canción en su corazón que le impedía oír <strong>los</strong><br />
abucheos. Pensaba en su padre con enternecida piedad, ya no se<br />
abandonaba tan a menudo a ensoñaciones <strong>de</strong> implacable venganza. Sus<br />
amores nacientes eran como un alba fresca en la cual se calmaban sus<br />
malas fiebres. Se había dicho que <strong>de</strong>bía conservar su actitud muda y<br />
rebel<strong>de</strong>, si quería que Justin no tuviera la menor sospecha. Pero, a pesar<br />
<strong>de</strong> sus esfuerzos, cuando el muchacho la hería, sus ojos seguían llenos <strong>de</strong><br />
dulzura; ya no sabía <strong>de</strong> dón<strong>de</strong> sacar la mirada negra y dura <strong>de</strong> antaño. Él<br />
la oía también canturrear entre dientes, por la mañana, en el <strong>de</strong>sayuno.<br />
—¡Ah! ¡Estás muy alegre, Chantegreil! —le <strong>de</strong>cía <strong>de</strong>sconfiado,<br />
examinándola con su aire torvo—. Apuesto a que has jugado alguna mala<br />
pasada.<br />
Ella se encogía <strong>de</strong> hombros, pero temblaba en su interior; se esforzaba <strong>de</strong><br />
inmediato por <strong>de</strong>sempeñar su papel <strong>de</strong> mártir rebel<strong>de</strong>. Por lo <strong>de</strong>más,<br />
aunque olfateaba <strong>los</strong> gozos secretos <strong>de</strong> su víctima, Justin buscó mucho<br />
tiempo antes <strong>de</strong> enterarse <strong>de</strong> qué manera se le había escapado.<br />
Silvère, por su parte, disfrutaba <strong>de</strong> una honda dicha. Sus citas cotidianas<br />
con Miette bastaban para llenar las horas vacías que pasaba en casa. Su<br />
vida solitaria, sus largos mano a mano silenciosos con tía Di<strong>de</strong>, se<br />
emplearon en recoger uno por uno <strong>los</strong> recuerdos <strong>de</strong> la mañana, en<br />
saborear<strong>los</strong> en sus menores <strong>de</strong>talles. Experimentó <strong>de</strong>s<strong>de</strong> entonces una<br />
plenitud <strong>de</strong> sensaciones que lo aisló aún más en la existencia enclaustrada<br />
que llevaba con su abuela. Por temperamento, amaba <strong>los</strong> rincones<br />
ocultos, las soleda<strong>de</strong>s don<strong>de</strong> podía a sus anchas vivir con sus<br />
pensamientos. Por esa época ya se había lanzado ávidamente a leer<br />
todos <strong>los</strong> libros <strong>de</strong>scabalados que encontraba en <strong>los</strong> chamarileros <strong>de</strong>l<br />
arrabal, y que <strong>de</strong>bían conducirlo a una extraña y generosa religión social.<br />
Esta instrucción, mal digerida, sin bases sólidas, le abría sobre el mundo, y<br />
en especial sobre las mujeres, perspectivas <strong>de</strong> vanidad, <strong>de</strong> voluptuosidad<br />
ardiente, que habrían turbado singularmente su espíritu, si su corazón<br />
hubiese estado insatisfecho. Llegó Miette, la acogió al principio como a<br />
una amiga; <strong>de</strong>spués, como a la alegría y la ambición <strong>de</strong> su vida. Por la<br />
noche, retirado en el reducto don<strong>de</strong> dormía, tras haber colgado su lámpara<br />
a la cabecera <strong>de</strong> su catre <strong>de</strong> tijera, encontraba a Miette en cada página <strong>de</strong>l<br />
viejo volumen polvoriento que había cogido al azar sobre una tabla, por<br />
encima <strong>de</strong> su cabeza, y que leía <strong>de</strong>votamente. No podía hablarse en sus<br />
lecturas <strong>de</strong> una jovencita, <strong>de</strong> una criatura hermosa y buena, sin que la<br />
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