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La fortuna de los Rougon - Emile Zola

Historia natural y social de una familia bajo el Segundo Imperio. Y el primer episodio, La fortuna de los Rougon, debe llamarse con su título científico: Los orígenes. ÉMILE ZOLA

Historia natural y social de una familia bajo el Segundo Imperio. Y el primer episodio, La fortuna de los Rougon, debe llamarse con su título científico: Los orígenes.
ÉMILE ZOLA

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Al cabo <strong>de</strong> un silencio, fue, sin <strong>de</strong>cir palabra, a coger al joven <strong>de</strong> la mano.<br />

Acaso <strong>los</strong> habría <strong>de</strong>jado allí, parloteando al pie <strong>de</strong>l muro, si no se hubiera<br />

sentido cómplice <strong>de</strong> aquellas dulzuras mortales. Cuando regresaba con<br />

Silvère, se dio la vuelta, al oír el paso ligero <strong>de</strong> Miette, que se había<br />

apresurado a recoger su cántaro y a huir a través <strong>de</strong> la rastrojera. Corría<br />

locamente, feliz <strong>de</strong> haber salido tan bien parada. Tía Di<strong>de</strong> tuvo una sonrisa<br />

involuntaria, al verla atravesar el campo como una cabra escapada.<br />

—Es muy joven —murmuró—. Tiene tiempo.<br />

Sin duda, quería <strong>de</strong>cir que Miette tenía tiempo <strong>de</strong> sufrir y <strong>de</strong> llorar.<br />

Después, volviendo la mirada hacia Silvère, que había seguido extasiado<br />

la carrera <strong>de</strong> la niña en el límpido sol, agregó simplemente:<br />

—Ten cuidado, hijo mío, <strong>de</strong> eso se muere.<br />

Fueron las únicas palabras que pronunció en esta aventura, que removió<br />

todos <strong>los</strong> dolores dormidos en el fondo <strong>de</strong> su ser. Para ella el silencio era<br />

una religión. Cuando Silvère hubo entrado, cerró la puerta con doble vuelta<br />

y tiró la llave al pozo. Estaba segura, <strong>de</strong> esta manera, <strong>de</strong> que la puerta no<br />

volvería a hacerla cómplice. Regresó a examinarla un instante, feliz <strong>de</strong><br />

verla recobrar su aire sombrío e inmutable. <strong>La</strong> tumba estaba cerrada, el<br />

boquete blanco se encontraba cegado para siempre por esas pocas tablas<br />

negras <strong>de</strong> humedad, ver<strong>de</strong>s <strong>de</strong> musgo, sobre las cuales <strong>los</strong> caracoles<br />

habían llorado lágrimas <strong>de</strong> plata.<br />

Por la noche, tía Di<strong>de</strong> tuvo una <strong>de</strong> esas crisis nerviosas que aún la<br />

sacudían <strong>de</strong> vez en cuando. Durante esos ataques hablaba a menudo en<br />

voz alta, sin ilación, como en una pesadilla. Esa noche, Silvère, que la<br />

sujetaba en su lecho, afligido por una angustiosa compasión por el pobre<br />

cuerpo retorcido, la oyó pronunciar ja<strong>de</strong>ante las palabras <strong>de</strong> aduanero,<br />

disparo, muerte. Y se <strong>de</strong>batía, pedía gracia, soñaba con la venganza.<br />

Cuando la crisis tocó a su fin, ella sintió, como sucedía siempre, un<br />

espanto singular, un estremecimiento <strong>de</strong> pavor que le hacía castañear <strong>los</strong><br />

dientes. Se incorporaba a medias, miraba con <strong>de</strong>spavorido asombro por<br />

<strong>los</strong> rincones <strong>de</strong> la habitación, luego se <strong>de</strong>splomaba sobre la almohada<br />

lanzando prolongados suspiros. Sin duda la asaltaba una alucinación.<br />

Entonces atrajo a Silvère sobre su pecho, pareció empezar a reconocerlo,<br />

aunque confundiéndolo a ratos con otra persona.<br />

—Están ahí —tartamu<strong>de</strong>ó—. Míra<strong>los</strong>, van a cogerte, te matarán <strong>de</strong><br />

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