La fortuna de los Rougon - Emile Zola
Historia natural y social de una familia bajo el Segundo Imperio. Y el primer episodio, La fortuna de los Rougon, debe llamarse con su título científico: Los orígenes. ÉMILE ZOLA
Historia natural y social de una familia bajo el Segundo Imperio. Y el primer episodio, La fortuna de los Rougon, debe llamarse con su título científico: Los orígenes.
ÉMILE ZOLA
- TAGS
- literatura-francesa
Create successful ePaper yourself
Turn your PDF publications into a flip-book with our unique Google optimized e-Paper software.
<strong>los</strong> dos jóvenes había resultado <strong>de</strong> absoluta necesidad. Pero <strong>los</strong> hechos<br />
<strong>de</strong>smintieron esas maledicencias. Adélaï<strong>de</strong> tuvo un hijo al cabo <strong>de</strong> doce<br />
meses largos. El arrabal se enojó; no podía admitir que se hubiera<br />
equivocado, pretendía penetrar en el supuesto secreto; por ello todas las<br />
comadres se pusieron a espiar a <strong>los</strong> <strong>Rougon</strong>. No tardaron en tener amplia<br />
materia para chismorreos. <strong>Rougon</strong> murió casi <strong>de</strong> repente, quince meses<br />
<strong>de</strong>spués <strong>de</strong> la boda, <strong>de</strong> una insolación que cogió, un mediodía, sachando<br />
un plantel <strong>de</strong> zanahorias. Apenas había transcurrido un año cuando la<br />
viuda provocó un escándalo inaudito: se supo a ciencia cierta que tenía un<br />
amante; no parecía ocultarse; varias personas afirmaban haberla oído<br />
tutear en público al sucesor <strong>de</strong>l pobre <strong>Rougon</strong>. ¡Un año <strong>de</strong> viu<strong>de</strong>z, a lo<br />
sumo, y un amante! Semejante olvido <strong>de</strong> las conveniencias pareció<br />
monstruoso, al margen <strong>de</strong> la sana razón. Lo que volvió el escándalo más<br />
resonante fue la extraña elección <strong>de</strong> Adélaï<strong>de</strong>. Vivía entonces al fondo <strong>de</strong>l<br />
callejón <strong>de</strong> San Mittre, en una casucha cuya trasera daba al terreno <strong>de</strong> <strong>los</strong><br />
Fouque, un hombre <strong>de</strong> mala fama a quien se <strong>de</strong>signaba <strong>de</strong> ordinario con<br />
esta locución: «El pillo <strong>de</strong> Macquart». Ese hombre <strong>de</strong>saparecía semanas<br />
enteras; <strong>de</strong>spués se le veía reaparecer, un buen día, con <strong>los</strong> brazos<br />
vacíos, las manos en <strong>los</strong> bolsil<strong>los</strong>, ganduleando; silbaba, parecía volver <strong>de</strong><br />
un paseíto. Y las mujeres, sentadas en el umbral <strong>de</strong> sus puertas, <strong>de</strong>cían al<br />
verlo pasar: «¡Mira! ¡El pillo <strong>de</strong> Macquart! Habrá escondido sus fardos y su<br />
fusil en algún agujero <strong>de</strong>l Viorne». <strong>La</strong> verdad era que Macquart no tenía<br />
rentas, y comía y bebía como feliz haragán en sus cortas estancias en la<br />
ciudad. Bebía sobre todo con feroz empecinamiento; solo en una mesa, al<br />
fondo <strong>de</strong> la taberna, se ensimismaba cada tar<strong>de</strong>, con <strong>los</strong> ojos<br />
estúpidamente clavados en su vaso, sin escuchar nunca ni mirar a su<br />
alre<strong>de</strong>dor. Y cuando el vinatero cerraba su puerta, se retiraba con paso<br />
firme, la cabeza más alta, como en<strong>de</strong>rezado por la borrachera. «Macquart<br />
camina muy <strong>de</strong>recho, está borracho perdido», <strong>de</strong>cían al verlo regresar a<br />
casa. De ordinario, cuando no había bebido, andaba ligeramente<br />
encorvado, evitando las miradas <strong>de</strong> <strong>los</strong> curiosos, con una especie <strong>de</strong><br />
timi<strong>de</strong>z salvaje. Des<strong>de</strong> la muerte <strong>de</strong> su padre, un obrero curtidor, que le<br />
había <strong>de</strong>jado por toda herencia la casucha <strong>de</strong>l callejón <strong>de</strong> San Mittre, no<br />
se le conocían parientes ni amigos. <strong>La</strong> proximidad <strong>de</strong> las fronteras y la<br />
vecindad <strong>de</strong> <strong>los</strong> bosques <strong>de</strong> la Seille habían hecho <strong>de</strong> este perezoso y<br />
singular mozo un contrabandista a la par que cazador furtivo, uno <strong>de</strong> esos<br />
seres <strong>de</strong> semblante equívoco <strong>de</strong> quienes dicen <strong>los</strong> transeúntes: «No<br />
quisiera encontrarme con esa cara a medianoche, en un rincón <strong>de</strong>l<br />
bosque». Alto, terriblemente barbudo, <strong>de</strong> cara flaca, Macquart era el terror<br />
<strong>de</strong> las buenas mujeres <strong>de</strong>l arrabal; lo acusaban <strong>de</strong> comerse a <strong>los</strong> niños<br />
40