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La fortuna de los Rougon - Emile Zola

Historia natural y social de una familia bajo el Segundo Imperio. Y el primer episodio, La fortuna de los Rougon, debe llamarse con su título científico: Los orígenes. ÉMILE ZOLA

Historia natural y social de una familia bajo el Segundo Imperio. Y el primer episodio, La fortuna de los Rougon, debe llamarse con su título científico: Los orígenes.
ÉMILE ZOLA

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Pascal a <strong>los</strong> <strong>Rougon</strong>. Alto, <strong>de</strong> rostro dulce y serio, tenía una rectitud <strong>de</strong><br />

espíritu, un amor al estudio, una necesidad <strong>de</strong> mo<strong>de</strong>stia que contrastaban<br />

singularmente con las fiebres <strong>de</strong> ambición y <strong>los</strong> tejemanejes poco<br />

escrupu<strong>los</strong>os <strong>de</strong> su familia. Tras haber hecho en París excelentes estudios<br />

médicos, se había retirado a Plassans por gusto, a pesar <strong>de</strong> las ofertas <strong>de</strong><br />

sus profesores. Le agradaba la vida tranquila <strong>de</strong> provincias; sostenía que<br />

para un sabio es preferible esa vida al bullicio parisiense. Incluso en<br />

Plassans, no se preocupó en absoluto por incrementar su clientela. Muy<br />

sobrio, sintiendo un gran <strong>de</strong>sprecio por la <strong>fortuna</strong>, supo contentarse con<br />

algunos enfermos que sólo el azar le envió. Todo su lujo consistió en una<br />

casita soleada <strong>de</strong> la ciudad nueva, don<strong>de</strong> se encerraba religiosamente,<br />

ocupándose con amor <strong>de</strong> la historia natural. Le entró sobre todo una gran<br />

pasión por la fisiología. Se supo en la ciudad que con frecuencia compraba<br />

cadáveres al sepulturero <strong>de</strong>l asilo, lo que hizo que le tuvieran horror las<br />

señoras <strong>de</strong>licadas y ciertos burgueses cobar<strong>de</strong>s. Felizmente no llegaron a<br />

calificarlo <strong>de</strong> hechicero; pero su clientela se restringió aún más, se le miró<br />

como a un excéntrico a quien las personas <strong>de</strong> la buena sociedad no<br />

<strong>de</strong>bían confiar ni la punta <strong>de</strong> su meñique, so pena <strong>de</strong> comprometerse. Un<br />

día se oyó <strong>de</strong>cir a la mujer <strong>de</strong>l alcal<strong>de</strong>:<br />

—Preferiría morir a <strong>de</strong>jarme cuidar por ese caballero. Huele a muerto.<br />

Pascal, a partir <strong>de</strong> entonces, quedó con<strong>de</strong>nado. Pareció feliz <strong>de</strong> aquel<br />

temor sordo que inspiraba. Cuantos menos enfermos tuviera, más podría<br />

ocuparse <strong>de</strong> sus queridas ciencias. Como había fijado un precio muy<br />

módico para sus visitas, el pueblo le seguía siendo fiel. Ganaba lo justo<br />

para vivir, y vivía satisfecho, a mil leguas <strong>de</strong> la gente <strong>de</strong> la región, en la<br />

alegría pura <strong>de</strong> sus investigaciones y <strong>de</strong>scubrimientos. De vez en cuando,<br />

enviaba una memoria a la Aca<strong>de</strong>mia <strong>de</strong> Ciencias <strong>de</strong> París. Plassans<br />

ignoraba totalmente que aquel excéntrico, aquel caballero que olía a<br />

muerto, era un hombre muy conocido y escuchado en el mundo científico.<br />

Cuando lo veían, <strong>los</strong> domingos, salir <strong>de</strong> excursión a las colinas <strong>de</strong> Les<br />

Garrigues, con una caja <strong>de</strong> botánico colgada al cuello y un martillo <strong>de</strong><br />

geólogo en la mano, se encogían <strong>de</strong> hombros, lo comparaban con este o<br />

aquel doctor <strong>de</strong> la ciudad, tan encorbatado, tan me<strong>los</strong>o con las damas, y<br />

cuyas ropas exhalaban siempre un <strong>de</strong>licioso olor a violetas. Sus padres<br />

tampoco comprendían mejor a Pascal. Cuando Felicité lo vio disponer su<br />

vida <strong>de</strong> forma tan extraña y mezquina, se quedó estupefacta y le acusó <strong>de</strong><br />

<strong>de</strong>silusionar sus esperanzas. Ella, tolerante con las perezas <strong>de</strong> Aristi<strong>de</strong>,<br />

que consi<strong>de</strong>raba fecundas, no pudo ver sin ira el mediocre tren <strong>de</strong> vida <strong>de</strong><br />

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